Una de las mujeres “olvidadas” por la historia oficial fue Ana Beker, la “gaucha rubia”, como se la conocía. Como deportista, realizó una hazaña irrepetible en la historia americana: unió Buenos Aires con Ottawa (Canadá), a caballo, en el año 1950. Recibió el apoyo decisivo del entonces presidente Juan Domingo Perón, y de la “líder espiritual del pueblo argentino”, Evita Duarte de Perón. Ese apoyo le costó el ostracismo político y deportivo (al igual que a tantos hombres y mujeres) a partir del infame golpe de Estado cívico-militar-eclesiástico del 16 de junio de 1955. Su proeza no fue superada hasta el presente.
Hija de inmigrantes letones, la “gaucha rubia” nació el 16 de noviembre de 1916 en la localidad bonaerense de Lobería, y creció en Algarrobo, localidad también de la provincia de Buenos Aires. Su familia tenía una pequeña hacienda. De niña se escapaba por las noches para dormir en los establos y asegurarse de que no le faltara nada a los caballos, de los que ya entonces estaba enamorada. Fue creciendo y se convirtió en una amazona argentina. Cuando fantaseaba con la posibilidad de labrarse un nombre en el mundo de la equitación, siempre tenía que escuchar la misma estupidez: “Eso son cosas de hombres”.
Enamorada de los caballos y el recorrer distancias, en 1940, a sus 24 años de edad, realizó su primera “travesura” efectuando una marcha de 1.400 kilómetros, desde La Pampa hasta Luján, montando un doradillo llamado “Clavel”, la que concretó en diecinueve días. Luego, en dos caballos criollos que le hiciera facilitar el Presidente Roberto M. Ortiz (“Zorzal”, un overo azulejo, y “Ranchero”, un doradillo), recorrió durante diez meses, la geografía del mapa patrio, denominado entonces de “las catorce provincias”, acabando el mismo en 1942.
“En cierta ocasión –dice Ana Beker- fui a escuchar una conferencia del suizo Aimé Félix Tschiffely, antiguo maestro de Quilmes, quien, como se sabe, realizó la hazaña de llegar desde Buenos Aires a Nueva York con los dos caballos, Mancha y Gato, animales que se hicieron famosos después de cumplir aquella marcha. Tschiffely hizo un relato ilustrado con proyecciones de su viaje a través de veintiún mil kilómetros por los pantanos, ríos, montañas, fangales, selvas y desiertos del nuevo continente. Al terminar su exposición, me acerqué a Tschiffely, y le dije que proyectaba viajar con un caballo de silla y un carguero hasta la capital del Canadá. El me miró un momento estupefacto, y después con la sonrisa bondadosa que le era característica, expresó que si yo conseguía hacer eso, hazaña muy difícil, superaría la suya; lo que sería tanto más significativo por tratarse de una mujer. Me explicó que su raid le valió la invitación de la Sociedad Geográfica de Estados Unidos, para un relato en sesión solemne, como sólo se había hecho con el explorador Amundsen y el almirante Byrd”. Tschiffely le aconsejó que no hiciese su travesía por Bolivia, dada la cantidad de ciénagas y desiertos de su geografía, a lo que Ana respondió: “Si usted pudo pasar, yo también podré”.
¡Diez años llevaron a Ana Beker los preparativos para poder emprender su viaje a caballo a través de América! Toda un década de vencer obstáculos, incomprensiones, oposiciones.
No escatimó esfuerzos en salir a pedir apoyo económico para un viaje que le costó algo más de 50 mil pesos. Fue así que llegó hasta la propia Eva Perón a quien la impuso de su proyecto. Según sus palabras, la travesía se pudo realizar merced a que muchos gobiernos de los países por los que pasó, la ayudaron brindándole alojamiento y facilitándole la gestión.
La proeza fue su destino
Su destino, el que sus propios padres querían para ella, era claro. La casa, un marido, los hijos… Pero no su espíritu revolucionario lo rechazó y se propuso demostrar que “una mujer puede arrojarse a empresas que harían retroceder a más de un varón” (como afirmaba). Sus primeros retos se le quedaron pronto muy cortos. Recorrió los 1.400 kilómetros que separan su localidad natal de la ciudad de Luján. Luego, en 1942 y durante diez meses, atravesó una a una todas las provincias argentinas. Sus monturas eran criollas, con ejemplares como Clavel, Zorzal o Ranchero.
Pero ella se propuso demostrar que era “una mujer dispuesta a todo, menos a retroceder”. El libro que escribió sobre su vida se lee como una novela de aventuras. Su biografía, Ana Beker, la amazona de las Américas, que la editorial argentina Isla editó por primera vez en 1957, y estuvo años descatalogada a consecuencia del golpe de Estado cívico-militar-eclesiástico del 16 de junio de 1955, que la incluyó en la lista de perseguidos y perseguidas por su filiación peronista.
En su libro, Beker relata cómo cruzó su país, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá. Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala, México y Estados Unidos hasta llegar a Ottawa. Bordeó barrancos, vadeó ríos tumultuosos, subió y bajó montañas. Recorrió desiertos y arrostró sequías, lluvias torrenciales y tormentas de nieve. Pasó un frío glacial en altiplanos a más de 4.000 metros de altitud. También hubo días de calor implacable y de un sol tórrido. Se jugó la vida en ciénagas, despeñaderos y precipicios. Durmió al raso, en grutas y en chozas de las que huían las ratas.
En un geriátrico
Algunos años después la salud de Ana comenzó a deteriorarse. Estuvo largo tiempo internado en el hospital Español de Lomas de Zamora. Luego su familia la llevó a Bahía Blanca donde murió, en un geriátrico, el 14 de noviembre de 1985. Tenía 79 años. Sus restos descansan en Algarrobo donde la recuerdan con cariño y admiración. Allí, en 1994, bautizaron a una plaza con su nombre y se descubrió una placa
Artículo publicado en la Revista “Mundo Argentino”, (21/07/1954):
«Buena suerte, Ana…» Frente al kilómetro 0, o sea desde el mismo burbujeante corazón de Buenos Aires, despedíamos a Ana Becker, la primera mujer que, en atrevida empresa, se arriesgaba a unir a lomo de caballo nuestra capital con la de Canadá.
Eso fue el primer día de octubre de 1950, día en que comenzó la historia de una hazaña insólita e increíble.
La persona que así nos ha hablado vibra aún por la emoción enternecida de saber que su amiga, su íntima compañera, ha llegado al punto final de su raid. En Boulogne acaban de transmitir la noticia por Radio Aficionados:
—¡Atención, Buenos Aires!… Ana Becker acaba de entrar en Ottawa. Son aproximadamente las dos, hora argentina.
Estábamos ya a 5 de julio de 1954. Tres años, nueve meses y cuatro días exactamente después. Pronto, se dicen, y rápida es de hacer la cuenta…, ¡pero son casi cuatro años de juventud que ha dado una mujer argentina en defensa de un ideal! Casi cuatro años de penurias, soledades y añoranzas de patria; casi cuatro años sólo acicateada por el deseo de llegar a ese punto elegido, ¡tan distante!, pero que su tesón acortaba en cada recorrido.
Como quien enhebra cuentas de colores, unió doce países a través de tres Américas, mientras paseaba ufana nuestros colores patrios por Bolivia, Perú. Ecuador. Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras. Guatemala. Méjico, Estados Unidos y Canadá.
¿Por cuántas peripecias habrá pasado la protagonista de esta verídica aventura?
Muchas preguntas quisiéramos hacerle a Ana Becker. Las contestará seguramente en ese libro que le han solicitado en Norte América para recrearse leyendo sus inagotables proezas, pero mientras tanto… ¿Qué mejor que su mejor amiga para acercarnos a ella?
Se llama Virginia Salussoglia y lleva minuciosamente ordenada la voluminosa correspondencia que a través del largo viaje de Ana le ha llegado. Siente aún la nostalgia de no haberla acompañado, ya que juntas se habían entrenado largamente y juntas acariciaron la misma idea.
Al fin, enredadas en amable charla, preguntamos:
—¿Cómo cree que surgió esta idea del raid a caballo?
—Ana fue siempre una verdadera entusiasta de la equitación. No olvidemos que ya contaba en su haber con dos importantes hazañas. En la primera cubrió la distancia desde La Pampa, hoy Eva Perón, hasta Luján; y en la según da recorrió las 14 provincias con dos caballitos criollos.
—¿Dónde había aprendido Ana a conocer tan bien a los caballos?
—Nacida y criada en nuestra hermosa pampa, Ana andaba a caballo desde los cinco años. Piense en las grandes extensiones pampeanas y considere que constituyeron su primer grandioso juguete. El caballo fue al principio un ser complaciente que le ayudaba en su vasto juego. Así fue familiarizándose con las distancias y con los equinos.
—¿Con qué medios contaba su amiga para afrontar tan atrevida empresa?
—Física y filosóficamente con su buena salud, su férrea voluntad y su dulce carácter.. En cuanto a todo lo demás, con la ayuda de la señora Eva Perón, quien la alentó vivamente para que cumplida su raid como una valiente amazona argentina. La irreparable pérdida de Evita, como cariñosamente la llamábamos, constituyó una ruda prueba, en especial para Ana.
—¿Desde qué punto del raid le llegó la primera comunicación?
—Desde Garín en adelante, ya que siempre tuve noticias de mi querida amiga.
—¿Notó alguna vez a través de sus cartas cierto signo de temor o de desfallecimiento?
—Nunca. Estoy segura de que cada obstáculo fue para Ana un estímulo más para seguir adelante, y eso que los obstáculos han sido muchos y grandes.
—¿Por qué no partió juntamente con su amiga?
—En nuestras cabalgatas por los alrededores de Buenos Aires aceptábamos convencidas la idea de que iniciaríamos juntas el raid. Luego pensamos que perdería gran parte de su valor al compartir las responsabilidades, y por último me di cuenta de que Ana deseaba hacerlo sola. En compensación, aquella mañana que partió se comprometió solemnemente a cumplir con las condiciones y el itinerario establecidos y a demostrar que la mujer argentina es realmente valiente.
—¿Admira usted de corazón a su amiga?
Al llegar a este punto la exaltación de mi interpelada asciende al máximo:
—¡Que si la admiro…! Le ruego que tome nota de lo que le digo y lo repita aunque le parezca muy vulgar. ¡Ana Becker hay una sola!
—¿No nos podría leer algunos párrafos de las cartas, de Ana?
—No hay ningún inconveniente.
Toma una, al azar, y lee:
—Quito. Ecuador, octubre 21 de 1951… «He rebajado 15 kilos. Los caminos son muy malos. Hay muchos ríos sin puentes. En dos ríos llevé a nado a los caballos. Tuve muchos accidentes cuando crucé la cordillera por sendas de indios para cortar distancias… Una vez. Al hacer noche en una hacienda, me encerraron para secuestrarme. Me pude escapar por la ventana y me refugié con los indios.
El tono conciso no deja lugar a dudas. Todas sus peripecias están narradas escuetamente, sin adornos ni fantasías.—De Saratoga. Nueva York, 15 de junio 1954. . . Ya aprendí algo el inglés y me defiendo muy bien. Me televisaron varias veces y también tuve que hablar por radio… La Paramount News filmó mi entrada a Nueva York…
«Querida Virginia, estoy sentada debajo de un árbol y mis caballos me miran cómo escribo… Parecen dos personas…»
El cariño a sus infatigables compañeros no decae. A través de sus cartas llegamos a saber que Ana habla con sus caballos y que, según ella, los nobles brutos la comprenden. También nosotros comprendemos que de otra forma no hubiera podido ser ese marchar de la solitaria amazona…»Me miran como dos personas…» Sola, por esas sendas escamoteadas a los mapas; por esas negruras de los valles en los que ha caído la noche, o a través de esas desiertas extensiones bajo el bochorno del calor sofocante o tiritando por los agudos fríos próximos a las nieves, la única compañía fue la de sus dos caballos. Forzosamente los fue relevando.
Una vez porque la atropellaron «pensando que sólo era una india» y mataron a uno; otra vez por un desgraciado accidente topográfico: pero cada vez que caía uno se le desgarraba el corazón. Ahora, ya en Ottawa, alcanzada la tan ansiada meta, también los mira y ellos también la miran como si comprendieran que el triunfo está repartido. Animosa mujer esta Ana Becker, símbolo vivo de nuestra pampa. A ella le cupo el honor de ser la primera mujer argentina que atravesó a caballo las tres Américas, y la primera mujer en la historia que se arriesgó en tan formidable empresa.