Por Luis Fernando García Núñez (Desde Santander, Colombia. Especial para «Mariano Moreno Noticias») La invasión rusa a Ucrania develó profundas grietas en la fortaleza de Europa. En el largo año del conflicto se ha postrado vergonzosamente a Estados Unidos, el verdadero artífice de la guerra. Se ha subordinado a cada una de las sanciones que impone sin mirar las nefastas consecuencias que produce en la economía de la Unión que ahora se enfrenta a una grave crisis energética, a una galopante inflación, al desempleo y a un estallido social que tiene en serias dificultades a Francia, España, Italia, Inglaterra y a la misma Alemania. Al tiempo, con un impudor perverso, Estados Unidos ha creado una serie de medidas aduaneras que favorecen a quienes quieran invertir en ese país y así varias empresas han empezado a emigrar del viejo continente.
El abogado y político español Francisco Fernández Ordóñez decía que “La política no es terreno propicio para la amistad”. Y menos con una potencia en plena decadencia, porque utilizará todas las argucias posibles para confundir y engañar a los que llama, ostentosamente, sus socios. Pero el mal está hecho. Empiezan a verse con detalle las consecuencias de esa guerra que tanto esperaban las multinacionales que fabrican armas, como lo hicieron las farmacéuticas de las vacunas contra el covid o los grandes bancos que desde 2020 han triplicado sus ganancias.
Pero en las calles de Europa están las verdaderas víctimas de las decisiones de unos pocos hombres y mujeres que ostentan –casi que ilegítimamente– el poder en el mundo. Será habitual que las calles y parques vuelvan a oír los tambores de las convocatorias y que los megáfonos vuelvan a expandir el grito y las consignas de millones de personas -que apenas serán miles para estos gobiernos arrodillados y farsantes- que piden, que claman mejores salarios, respeto por los derechos adquiridos tras largos años de luchas; que no quieren más a ese artificio burocrático y derrochón que es la OTAN; que piden que Estados Unidos no interfiera más en el destino de los pueblos y en la paz del mundo.
Los paros y las protestas seguirán y los servicios secretos y los medios de comunicación de los poderosos dirán que son terroristas auspiciados por China o por Irán o por Rusia, o que son los intereses del comunismo internacional, y así sucesivamente. Volarán los gases lacrimógenos -que también enriquecen a los que fabrican armas-, y las cárceles de la libertaria Europa se llenarán de manifestantes y seguirá esa retórica perversa que habla de la libertad y la democracia y la soberanía, en medio de los embargos y el robo de los recursos de esos enemigos insumisos. Pero la historia es y será la del servilismo y la seducción que producen unos cuantos millones de euros o dólares, o la del poder –con los engaños que sea– de una parcela del mundo.
La tragedia trasciende las fronteras de esa vieja civilización, como ya lo ha hecho con los precios y la escasez de los alimentos. Los niños de África y América Latina, y los viejos y los jóvenes, ven que disminuyen las raciones de alimentos y que todo está más caro y que vivir es imposible. Las multinacionales siguen llenando sus cuentas y su poder es cada vez más notorio. Crece el narcotráfico amparado por una guerra contra las drogas que lo fortalece y lo magnifica, y al tiempo sirve de instrumento retorcido contra los pueblos que piden justicia y respeto por sus derechos, y sin una respuesta seria frente a la descomunal tragedia de salud de los millones de drogadictos –sobre todo, estadounidenses y europeos– que mueren en las calles de este mundo súper civilizado.
En medio de este devastado panorama suceden los terremotos de Türkiye y Siria, y es sobre ese telón de fondo donde la hipocresía de líderes y organizaciones se agiganta. Son miles de muertos y heridos, la destrucción y el hambre acompañan a estos pueblos que han sufrido la catástrofe, y la ayuda a Siria –incluso a Türkiye– llega a cuentagotas porque la perfidia y la afrenta se juntan para volver político lo que no debe ser. Por el dolor y el hambre y la represión, millones de seres humanos no tienen otra alternativa que copar sus avenidas, que vociferar su descontento y pedir lo que siempre niegan estos decadentes líderes.
Así se van dando todas las cumbres y los encuentros. Millones de dólares en la seguridad de estos personajes. Los medios de comunicación desplazan cientos de periodistas y las cámaras y los micrófonos se abren para que, otra vez, como tantas otras, con su diabólicas sonrisas, sus mentiras y sus escasas razones se divulguen sus acuerdos y desacuerdos por un universo que ya no los oye, que sabe lo que dicen, que los reconoce en cualquier escenario y saben que mienten, aunque no faltan incautos que les creen cuanto dicen. El G-20, el G-7, la OEA y todos los organismos laterales y multilaterales no gozan ya del prestigio que les auguran unos medios perdidos en el laberinto de la falsedad y la mezquindad.
Aunque no parezca, la historia está tomando otro camino y los pueblos vuelven a ser los protagonistas de su destino.