Por Maximiliano Borches. En pleno escándalo nacional e internacional por promocionar una millonaria estafa a través de una cripto fantasma, que le causó la primera herida de bala que logró romper el blindaje mediático y la fortaleza que le brinda la inútil oposición (en particular el desorientado peronismo, donde un sector todavía se empeña en seguir operando bajo la pulsión narcisista de la devaluada Cristina Fernández de Kirchner), el extraño presidente Javier Milei (en adelante el Esperpento), anima fiestas de sus poderosos patrones en Estados Unidos, ahondando aún más –y lo peor de todo, con alegría- en su propia estupidez, y humillando (centralmente) a la Argentina por el cargo que ostenta, y que en una noche de borrachera política tras el fracaso y hastío popular ante el transprogresismo ansioso de la dupla Fernández, se alzó con el voto de las mayorías que no quisieron ver a Cerbero, aquel perro griego de tres cabezas, que con sus ojos inyectados en sangre comenzaba a abrir de par en par las puertas del Hades.
El experimento político liberal/libertario que encarna el Esperpento en la Argentina no puede fallar ante los oráculos de Washington, que ya fallaron con otros dos payasos de sonrisas siniestras: el venezolano Juan Guaidó y el carioca Jair Bolsonaro. Argentina pertenece al selecto grupo de los tres países más poderosos de la denominada América Latina, junto a México y Brasil. Las cuantiosas riquezas naturales, como la privilegiada posición geopolítica que ostenta la patria de Gardel, Borges, Perón, Evita, Maradona, el tango, el vino y el asado (al menos del recuerdo de éste), cuya extensión marítima transforma a la Argentina en un país de carácter bicontinental, supone para el nuevo mapa del mundo que ya confeccionó el Rey Trump, una pieza clave en su nueva cruzada imperial y colonialista en la que ya comenzó a engullirse de a poco a Europa junto a su partener táctico: Rusia.
Es en el contexto de esta Sinfonía del Nuevo Mundo donde el Esperpento subido a escena como arlequín criollo vestido con traje y corbata, entrega en un patético show al que apenas fue invitado, una motosierra al conde tecnológico de fuertes pasiones fascistas, Elon Musk, colaborando con placer sumiso en el fortalecimiento de esa imagen de rockstar que construye de sí a diario, cada vez que lanza un cohete (explote o no en el aire), y camina junto a robots humanoides como si fuera un personaje del film Blade Runner.
En estas fiestas draculescas de la actual derecha global, que transita por estos días un esplendor jovial a fuerza de memes y construcción de mensajes, relatos e imágenes oníricas a través de las cloacas de las redes sociales –que son manipuladas por ellos mismos-, el Esperpento, quizá sin saberlo, y en su delicado amor por utilizar disfraces que hacen del gozo de sus patrones en sus templos de Sodoma y Gomorra, esta vez eligió travestirse de Hank Morgan, aquel personaje literario de Connecticut, protagonista de la novela “Un yanki en la Corte del Rey Arturo” (1889), del imprescindible Mark Twain, que luego de sufrir un fuerte golpe en la cabeza, viaja inexplicablemente en el tiempo a la Corte del Rey Arturo, en el año 528 de esta era, y que luego de protagonizar algunas aventuras, finalmente resulta apuñalado por un caballero moribundo.