Por Jorge Giordano. María Rosa Martínez, es diputada nacional por la Provincia de Buenos Aires (Frente de Todos). Hasta el 2019, se desempeñó como concejal en el partido de Almirante Brown. «La transformación de madres cuidadoras a educadoras comunitarias se da vinculada a la formación y dispositivos de educación popular en la línea de (Paulo) Freire. Se abrió un debate sobre el corrimiento de la figura del padre y la madre debido a la presencia de «madres cuidadoras», entonces se genera un paso hacia la figura de «educadoras comunitarias», precisó.
La cuestión de los trabajos de cuidados avanza fuerte dentro de la agenda feminista, y dentro de ese universo se revaloriza la perspectiva comunitaria. ¿Cómo surge esa esfera dentro de la sociedad argentina?
Lo comunitario tiene varias etapas. Hasta la última dictadura cívico-militar, estábamos en la unidad básica, en la sociedad de fomento, en la unidad sanitaria en el barrio como militantes políticos haciendo trabajo comunitario. Organizábamos a los vecinos por distintas necesidades como agua y tierra, mientras discutíamos otras cuestiones en el marco de los procesos de emancipación nacional.
La dictadura intentó fracturar todo eso, interviniendo instituciones comunitarias y poniendo a la cabeza a dirigentes que se llevaban mejor con los militares. Se pensaba que si te volvías a organizar, te mandaban preso de nuevo. Había habido fusilamientos y secuestros de vecinos de los que nadie hablaba, así que es muy importante tener en cuenta este escenario de miedo. Económicamente, en la vuelta de la democracia, había mucha más pobreza que antes de la dictadura, a tal punto que se implementó la entrega de las cajas del Plan Alimentario Nacional durante el gobierno de Alfonsín. Hasta ese momento teníamos una tensión entre la organización barrial y la militancia política.
En democracia, de a poco volvimos a recuperar instituciones: clubes, sociedades de fomento. Con la crisis económica, a fines de los ’80, empezamos a organizar ollas populares, merenderos y apoyos escolares. Llegamos a tener una olla popular de 900 personas. Las fábricas cerraban y echaban a los varones, las mujeres tenían más posibilidad de ocupación como empleadas domésticas. Nos empezamos a ocupar de los niños, que era un tema que no generaba polémica, de manera voluntaria. Lo hacíamos durante las vacaciones, cuando nadie sabía qué hacer y los pibes estaban en la calle. Estaba la concepción de que los pibes «eran pibes de todas».
¿Cómo funcionaban esos espacios de cuidados comunitarios?
Se dieron de maneras distintas según el lugar. Los primeros espacios comunitarios de niños en CABA eran las casas Nido, en Barracas. Era la casa de una compañera, que abría su casa a un grupo de pibes y los cuidaba con otras. Había a veces ayuda de UNICEF u otras organizaciones de apoyo y se mejoraba la casa. Se llamaban a sí mismas «madres cuidadoras» y no se consideraba para nada posibilidad de pago por ese trabajo.
En el conurbano bonaerense, se dio más la organización por instituciones: en salitas, escuelas en horarios libres, apoyos escolares. Ese modelo se dio en casi todo el país. En el norte, el cuidado de niños estaba más vinculado a la Iglesia. Las universidades también empezaron a tener compromiso en formar a las cuidadoras.
Lo más habitual era que organizaciones y fundaciones otorgaran fondos para formar y comprar espacios para jardines, escuelas, dispositivos de cuidado. Esto siempre ocurría con fuerte presencia de mujeres y diversidades, estas últimas no muy aceptadas por la comunidad, que las miraban con desconfianza y en realidad eran las mejores cuidadoras. Esas madres cuidadoras gestionaban recursos para infraestructura y capacitación frente a los Estados, pero no de pago salarial. En general sólo se pagaba a profesionales: médicos, docentes, profesores.
Recién cuando la pobreza se agudiza, se piensa en un pago. La transformación de madres cuidadoras a educadoras comunitarias se da vinculada a la formación y dispositivos de educación popular en la línea de Freire. Se abrió un debate sobre el corrimiento de la figura del padre y la madre debido a la presencia de «madres cuidadoras», entonces se genera un paso hacia la figura de «educadoras comunitarias». En esa época se hizo un estudio comparativo de UNICEF que analizaba cómo estaban los chicos que concurrían a jardines estatales, a espacios comunitarios y también quienes no iban a ningún lado. Descubrieron que los que iban a espacios comunitarios y jardines estatales estaban parejos, y existía una afectividad distinta y más favorable al desarrollo infantil en espacios comunitarios.
¿Cómo se pasa de esos esquemas a un reconocimiento estatal de los cuidados comunitarios?
Se dieron varias cuestiones a partir de la década de los ’90. Asumió Virginia Franganillo como presidenta del Consejo Nacional de las Mujeres y se empezó a discutir el desarrollo infantil y promover una ley de jardines maternales comunitarios. En el ’73 había habido una ley al respecto que la dictadura después derogó. Uno de los temas centrales de la posibilidad de autonomía y ejercicio de derechos de las mujeres era desanudar la cuestión de cuidados, instalada en base a un estereotipo de género. Era muy difícil pensar en la participación de las mujeres si no se destrababa el nudo crítico de cuidados. Ese mismo grupo también discutió el cupo femenino y lo consiguió. Era algo particular porque durante esa época, el menemismo, había un fuerte retroceso político, con muy poca participación juvenil.
También empezaron experiencias de promoción activa de experiencias de cuidado en municipios. La Provincia de Buenos Aires sacó un programa de becas de unidades para el desarrollo infantil y cuidado de niños. Esas becas alcanzaban para que los pibes comieran, comprar equipamiento y distribuir entre quienes cuidaban, aunque no alcanzara para todos. Después hacia el final del menemismo apareció un programa de incentivos, y después el Jefes y Jefas como posibilidad de ingresos para cuidadoras. Los Centros de Formación Profesional tenían cursos de asistentes infantiles, se iba generando una institucionalización de la formación.
El gobierno de Néstor y Cristina Kirchner generó una verdadera conciencia de trabajadoras, empezaron a valorar esa condición. Hubo intentos de legislación, en Provincia de Buenos Aires se plantearon sistemas alternativos de cuidado y también redes de cuidados como Interredes, entre jardines maternales comunitarios de Quilmes, Merlo, Moreno, José C. Paz, La Matanza, Lomas de Zamora, San Isidro.
En Provincia de Buenos Aires se legisló que los jardines comunitarios formaran parte del sistema alternativo de cuidados, pero no se estipuló una retribución económica para cuidadoras. También hay una ley en la misma provincia, durante el gobierno de (María Eugenia) Vidal, sobre promotoras de salud. Reconoce muchas cuestiones pero no el pago para las trabajadoras.
¿Cuál es la situación actual del sector? ¿Qué se necesita para fortalecer y reconocer su trabajo?
Es clave ganar la conciencia de reconocerse trabajadoras. Previo al macrismo y también durante ese gobierno, las compañeras del Ellas Hacen, con práctica feminista, armaban cooperativas de trabajo y se exigía también el estudio secundario. Eso les posibilitó verse a sí mismas como trabajadoras.
Hay varios proyectos de ley en la Cámara respecto a cuidados comunitarios: uno sobre rol de la comunidad y la familia cuando hay conflictos con familiares directos, implica que la primera medida que el Estado tome no sea una medida de exclusión sino que se analice qué personas e instituciones existen en su comunidad para albergarlo. Otro proyecto busca garantizar que haya un instituto que canalice a las organizaciones comunitarias, y permita hacer trámites de manera unificada y simplificada. La implementación de la cuenta sueldo en trabajadoras particulares es un avance que va a permitir formalizar la situación. En ese caso también hay que plantear también el pago de antigüedad.
Personalmente, creo que hay que impulsar una ley que tienda al encuadramiento gremial. Hay más de un millón y medio de trabajadoras del cuidado que no tienen sueldo, entonces: ¿Hay que crear trabajo o remunerar el que ya existe? Yo creo en las dos cosas: generar trabajo industrial, que es el mejor pago, pero también remunerar lo que hoy no es pago. También se puede pensar en alentar la cooperativización del cuidado, que después puedan conveniar con obras sociales u otros organismos. Porque si el trabajo sólo implica una relación personal y mano a mano con quien emplea, cuesta la formalización y se genera una desigualdad grande.
También hay que pensarlo por sectores. El cuidado de discapacitados se encuadraría más en salud. El cuidado de niños, sería algo a hablar con el Ministerio de Educación y sindicatos docentes. Si no pasa esto, ¿hay que inventar un sindicato del cuidado?. El trabajo de amas de casa, ¿hay que remunerarlo? ¿Tienen que hacer aportes a la jubilación, o directamente por moratoria? ¿Cómo se hace esto si no tienen ingresos? Son discusiones para dar en la actualidad.
En el Congreso tenemos pendiente el tema de acomodar la cuestión de licencias, que siguen siendo muy dispares entre hombres y mujeres. Las mujeres que trabajan en relación de dependencia tienen muchas desigualdades. También es necesario discutir las guarderías en los espacios de trabajo.
En cuanto al acompañamiento de víctimas de violencia, hay que reconocer la formación, que existe y debe ser acreditable. Ese rol tiene que estar institucionalizado y tener una remuneración mínima equivalente al salario mínimo vital y móvil.
El problema es cómo se financian estos sistemas de cuidados. Es posible pensar un financiamiento tripartito entre empresas, el Estado y las organizaciones comunitarias. Siempre hay que tener como central el tema del financiamiento, sino se discuten los cuidados pero nunca las remuneraciones para quienes realizan esos trabajos.