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Perón, el líder que se superó a sí mismo

Por Maximiliano Borches. A 125 años de su nacimiento, la figura de Juan Domingo Perón continúa multiplicándose de generación en generación, logrando insertarse en el imaginario colectivo como el único líder de masas del pasado siglo XX, que derrotó los tentáculos de la posmodernidad. Nadie, hasta el momento, logró arrimarse a su presencia que definió el curso de una nueva Argentina. Fue el único dirigente que se superó a sí mismo, cuando en el otoño de su vida modificó su concepto: “para un peronista, no hay nada mejor que otro peronista”, por el más inclusivo: “para un argentino, no hay nada mejor que otro argentino”.

La irrupción a la vida política nacional de Juan Domingo Perón, evitó –ni más ni menos- que la Argentina sea un país semi-feudal, donde pocas familias fueran dueñas de todo, y el resto de la población, sus peones de estancias.

No solo supo sintetizar las luchas de gauchos federales del siglo XIX. Legó a la posteridad la Doctrina Justicialista, verdadero cuerpo de ideas donde converge un proyecto de país económicamente independiente, políticamente soberano y socialmente justo; con las bases para el desarrollo armónico en una comunidad organizada por altos valores espirituales. Esos mismos, que hoy se resignifican en la tercera Encíclica escrita por el Papa argentino Francisco: “Fratelli Tutti” (“Hermanos todos”), que parecería ser quien mejor supo interpretar las enseñanzas del General.

Perón nació el 8 de octubre de 1895 en la ciudad bonaerense de Lobos. Debido a que sus padres no estaban casados –un “pecado” para la época-, fue inscripto con el nombre de Juan Sosa, el apellido de su madre, Juana Sosa. Más tarde, en 1901, sus progenitores se casaron y ahí pasó a tener el apellido de su padre, Mario Tomás Perón. 

En su completo paso por la vida, el General conoció el amor de la mujer más importante de nuestra historia: Evita. Ese lazo íntimo, no solo constituyó una pareja- Potenció desde el amor más profundo, la mística que necesita toda gran empresa: Perón era Evita y Evita era Perón.

Transcurridos los capítulos más infames de la Argentina contemporánea: bombardeo a Plaza de Mayo, fusilamientos, proscripción, intento de destrucción total de los derechos conquistados, largos años de dictaduras medievales…Perón regresó al país tras 18 años de exilio forzoso. Con él venían el cadáver de Evita, y un círculo cercano que produciría otros tantos cadáveres.

Quien promovió la unidad nacional, un movimiento que sirviera primero a la patria, segundo al movimiento y tercero a los hombres, se encontró con odios fraternales –inevitables quizá por nuestra condición humana-, que hicieron pedazos el movimiento justicialista original, por desviaciones ideológicas autodefinidas de “izquierda” y “derecha”, que nada tenían que ver con aquella empresa nacida al calor de las masas, en aquel pantagruélico 17 de octubre de 1945.

El primero de julio de 1974, Perón emprendió su viaje al comando celestial justicialista, una especia de Valhalla criollo.

Hasta hoy, sus seguidores continúan preguntándose cómo hacer para continuar su camino.

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