Por Maximiliano Borches. El próximo 16 de diciembre se conmemorarán 250 años del nacimiento de Ludwig van Beethoven. La mayoría de los homenajes que se iban a realizar a lo largo de este año en toda Europa y otras partes del mundo, se vieron afectados por las dramáticas consecuencias de la pandemia que aún continúa. En 1803 quiso componer una obra que reflejara toda la grandeza de la época que estaba viviendo. Pensó dedicársela a Napoleón Bonaparte, por sus ideales republicanos y anti-absolutistas. En 1804, el gran estratega francés traicionó esos ideales republicanos y se autoproclamó emperador. Beethoven, al sufrir una gran desilusión finalmente bautiza a su –quizás- mejor Sinfonía, la N° 3 como: «Sinfonía heroica, compuesta para celebrar el recuerdo de un gran hombre». Con esta entrega, desde Mariano Moreno Noticias publicaremos una serie de artículos en su memoria.
Al igual que sus congéneres, Beethoven fue testigo directo de una época de revoluciones artísticas, políticas e ideológicas. Así como la irrupción de la Revolución Francesa, y la posterior aparición de Napoleón Bonaparte consolidando la primera República europea, dinamitó el tablero geopolítico y puso en jaque al orden establecido hasta ese momento, donde el absolutismo monárquico regía de manera implacable el destino de los pueblos, la Tercera Sinfonía de Beethoven, que en un principio iba a llamarse “Napoleón” y terminó siendo bautizada por su autor como Sinfonía heroica, compuesta para celebrar el recuerdo de un gran hombre, marcó una nueva era en la historia musical.
Los acordes certeros como disparos de cañón, y a continuación, una melodía que se desliza por los violonchelos, derramando nobleza y calidez, para luego trasladarse a trompas y clarinetes en un crescendo de intensidad que finalmente estalla majestuoso en toda la orquesta, resumen esta expresión de profunda pasión que provee de infinito gozo al impávido tiempo, durante cuarenta y cinco minutos.
Después de esta Sinfonía, la música comenzó a pensarse de otra forma. Para entender el alcance de esta novedad creativa, bastará con mencionar un simple dato numérico: el primer movimiento de la Sinfonía nº 2, escrita tan sólo un año antes, medía 363 compases; el Allegro inicial de la Tercera, 695. Casi el doble. Hasta la Novena sinfonía (1824) Beethoven no creó nada tan amplio y ambicioso como en la Tercera.
El desencanto que despojó de inmortalizar con el nombre “Napoleón”, a una de las más bellas sinfonías de Beethoven
Como republicano y ferviente anti-absolutista, Beethoven formó su ideología en su ciudad natal de Bonn -por entonces arzobispado de Colonia- que se caracterizó por ser cosmopolita y bastante liberal. El ambiente intelectual se potenciaba con las novedades que llegaban de fuera, ya fuese la filosofía de Kant o la poesía de Schiller y Goethe. Eran años de gran desarrollo intelectual. A diferencia de Viena, donde el genio alemán pasó la mayor parte de su vida y maduración artística, hasta encontrar la muerte el 26 de marzo de 1827; si bien era uno de los epicentros más destacados del desarrollo intelectual europeo, el absolutismo reinante no daba espacio para nuevas ideas.
Por este motivo, Beethoven recibía con infinita ilusión las noticias que llegaban desde Francia a partir de 1789, cuando comenzaba a consolidarse la insurrección popular contra el rey Luis XVI y el posterior derrocamiento de la monarquía y la creación de la República, en 1792.
Para ese entonces, Beethoven ya se había trasladado a Viena. Allí, el compositor siguió con interés los éxitos que acompañaban las campañas militares del joven general Napoleón Bonaparte, primero en Italia (1796-1797) y luego en Egipto y la por entonces denominada Palestina (1798-1799, tal el nombre impuesto tras el paso del Imperio Romano por esa sagrada región del Medio Oriente). Proclamado primer cónsul de la República francesa, Napoleón infligió en 1800 una derrota decisiva al ejército austríaco en Italia. Beethoven vio en él al paladín de los ideales de la Revolución y al encargado de difundirlos fuera de Francia con su ejército, derrocando al viejo orden encarnado por el absolutismo con su visión jerárquica de la sociedad, sus valores arcaicos y sus profundas y desmedidas injusticias.
Sin embargo En 1804, la admiración de Beethoven por Napoleón sufrió un duro golpe. Cuando el compositor se enteró de que Bonaparte se había autoproclamado emperador, traicionando así los ideales de la República y alineándose de hecho con monarquías absolutistas de sus adversarios. Su decepción fue total. Napoléon no pudo inmortalizar su nombre a través de una de las mejores sinfonías.
En su prolífica trayectoria musical, Beethoven dejó para la posteridad un importante legado: nueve sinfonías, una ópera, dos misas, tres cantatas, treinta y dos sonatas para piano, cinco conciertos para piano, un concierto para violín, un triple concierto para violín, violonchelo, piano y orquesta, dieciséis cuartetos de cuerda, una gran fuga para cuarteto de cuerda, diez sonatas para violín y piano, cinco sonatas para violonchelo y piano e innumerables oberturas, obras de cámara, una amplia serie de variaciones, arreglos de canciones populares y bagatelas para piano.