Tras perder por 17 puntos ante Axel Kicillof, María Eugenia Vidal dejó de sentirse “orgullosamente bonaerense” y volvió a cruzar el Riachuelo para gozar de la comodidad de la hegemonía PRO porteña. Su nuevo jefe político, Horacio Rodríguez Larreta, logró imponerse a un alicaído Mauricio Macri, quien enfrentará en los próximos días una posible captura internacional por haber apoyado el golpe de Estado en Bolivia con armas de guerra y antidisturbios.
De “leona” a “gatito”, y protagonista de la peor gobernación de la peor gobernación de la Provincia de Buenos Aires desde la recuperación para siempre de la democracia en 1983, donde no solo no creó puestos de trabajo y dejó la tasa de desempleo del conurbano como una de las peores del país; no disminuyó la pobreza; no le alcanzan los recursos para cerrar el presupuesto de este año; endeudó la provincia como nunca antes lo hizo otra gestión; deterioró patrimonialmente al banco provincial; no construyó las rutas que publicita que hizo ni amplió la red de cloacas; no utilizó líneas de créditos otorgadas por organismos financieros internacionales para obras de infraestructura; legitimó un monopolio de la luz en manos del financista Rogelio Pagano, con usuarios soportando tarifas impagables; se enfrentó a los docentes y no mejoró la infraestructura escolar; la salud pública fue desfinanciada; no bajó el delito ni tampoco puede mostrar resultados concretos en la lucha contra las mafias, más allá de una efectiva estrategia de marketing para engañar que sí lo hizo, María Eugenia Vidal lanzó su precandidatura a diputada nacional por CABA, para la atenta mirada de su nuevo jefe político, Horacio Rodríguez Larreta, y con la comodidad de no tener que debatir a futuro, dada la hegemonía política del PRO en la Ciudad.