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A 45 años del último golpe cívico-militar: los verdugos y la juventud

Por Layla Borches. En el marco del 45° aniversario del último golpe de Estado cívico-militar, recordamos el espanto de la noche del 16 de septiembre de 1976 y sus días sucesivos, en lo que un grupo de jóvenes militantes de la Unión de Estudiantes (UES) y de la Juventud Guevarista fueron secuestrados en la ciudad de La Plata, por miembros de la Policía de la provincia de Buenos Aires. Eran los primeros meses de la dictadura cívico-militar que acabaría en diciembre de 1983. La fecha quedó grabada en la memoria colectiva como “La noche de los lápices”.

Según la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP): “los adolescentes secuestrados habrían sido eliminados después de padecer tormentos en distintos centros clandestinos de detención, entre los que se encontraban: Arana, Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes, Jefatura de Policía de la Provincia de Buenos Aires y las Comisarías 5ª, 8ª y 9ª de La Plata y 3ª de Valentín Alsina, en Lanús, y el Polígono de Tiro de la Jefatura de la Provincia de Buenos Aires”.

Entre ellos estaban: Francisco López Muntaner, María Claudia Falcone, Claudio de Acha, Horacio Ángel Ungaro, Daniel Alberto Racero, María Clara Ciocchini, Pablo Díaz, Patricia Miranda, Gustavo Calotti y Emilce Moler. Cuatro de ellos sobrevivieron. Se presume que los restantes fueron fusilados en los primeros días del año 1977.

La mayoría de los jóvenes tenía militancia política en la Unión de Estudiantes Secundarios, agrupación estudiantil encuadrada en el peronismo, y en la Juventud Guevarista. Muchos de ellos habían participado, durante la primavera de 1975, en las movilizaciones que reclamaron y obtuvieron el Boleto Estudiantil Secundario.

“Lo predominante era atribuir aquel operativo a la lucha por el Boleto Estudiantil Secundario. Esa movilización fue muy importante, pero había ocurrido con anterioridad, en 1975, y a nosotros nos detuvieron por ser militantes de la UES, nunca me preguntaron por el boleto escolar,” precisa Emilce Moler, una de las sobrevivientes, quien subraya: «La Noche de los Lápices quedó como un ícono muy fuerte en la impronta de los jóvenes; es una fecha para conmemorar a los cientos de chicos que fueron desaparecidos, torturados o que sufrieron cárcel o exilio; violaciones de los derechos por ilusiones propias de su edad».

En mayo de 1998, la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires estableció por ley “la fecha del 16 de septiembre, en conmemoración a ‘La Noche de los Lápices’, como ‘Día de los Derechos del Estudiante Secundario’.

Emilce Moler, testimonio de una sobreviviente

La madrugada del 17 de septiembre de 1976 Emilce Moler, estudiante de quinto año de la Escuela de Bellas Artes, de 17 años, escuchó unos golpes brutales en la puerta de su casa. Segundos después, un grupo de tareas la había invadido.

«Estaban todos encapuchados, sin identificación y entraron gritando ‘Ejército Argentino’. Encañonaron a mis padres y les dijeron que venían a buscar a una estudiante de Bellas Artes. No dijeron ni siquiera mi nombre, nunca lo dijeron. Y yo creo que en eso hay un simbolismo fuerte, muy fuerte: lo que venían a buscar era a una estudiante y la venían a buscar por su militancia», recuerda 43 años después. Emilce Moler es hoy profesora de Matemática, máster en Epistemología y doctora en Bioingeniería.

Hace 43 años soñaba terminar el secundario y entrar en la Universidad, pero esa noche iniciaría un calvario que duraría tres años y que le cambiaría la vida para siempre. Esa madrugada, Emilce ya sabía que habían secuestrado a sus compañeras Claudia Falcone y María Clara Ciochini la tarde del 16 de septiembre, cuando estaba en la Escuela de Bellas Artes dependiente de la Universidad Nacional de La Plata discutiendo con otros compañeros qué actividades harían durante la Semana de la Primavera.

«Vino alguien a avisarme que las habían secuestrado y entré en pánico. Había estado con Claudia y María Clara los días anteriores y sabía que estaban viviendo en la casa de la tía de una de ellas, la tía Rosita, porque ya no podían quedarse en sus casas, no era seguro», dice.

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