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A 65 años del criminal bombardeo a Plaza de Mayo: no olvidar, no perdonar

Por Maximiliano Borches. El criminal bombardeo sobre Plaza de Mayo, llevado a cabo por aviones de la Armada y unos pocos de la Fuerza Aérea, fue la síntesis del mal. El desprecio hacia los sectores populares, y a todo lo que representa(ba) Juan Domingo Perón y el peronismo, por parte de militares golpistas, radicales, comunistas, socialistas, demócratas cristianos (todos juntos en la denominada “Unión Democrática”) y amplios sectores de la cúpula eclesiástica. “Cristo vence”, habían escrito en los fuselajes de los aviones que sobrevolaron esa parte de Buenos Aires, cargados de muerte. Casi 400 argentinos fueron asesinados y más de 2000 resultaron heridos, entre ellos muchos niños. Fueron arrojadas contra la indefensa población civil, 14 toneladas de bombas.

Orígenes de la muerte planificada

El primer acto terrorista contra el pueblo argentino, se llevó a cabo el 15 de abril de 1953, cuando dos bombas estallaron en Plaza de Mayo, durante un masivo acto encabezado por el presidente y líder popular Juan Domingo Perón, matando e hiriendo a varias personas. La conspiración de los partidos integrantes de la denominada “Unión Democrática”, junto a amplios sectores de la Iglesia Católica y de las Fuerzas Armadas, en particular de la Marina de Guerra –todos bajo el amparo  de las embajadas del Reino Unido y los Estados Unidos-, crecía y se consolidaba.

Dos años más tardes (y cuatro días antes del criminal bombardeo), el 11 de junio de 1955, la anunciada procesión de Corpus Christi se convirtió en una gran manifestación contra el gobierno de Juan Domingo Perón. Reunidos frente a la Catedral de Buenos Aires, amplios sectores de la Iglesia Católica y miles de sus devotos, se enlazaron con militantes comunistas, socialistas, radicales y demócratas cristianos, con un solo fin: conspirar contra la democracia y el gobierno peronista.

Ese día, la variopinta multitud marchó desde la Catedral de Buenos Aires al Congreso Nacional. Una vez llegados a la explanada de la sede del Poder Legislativo nacional, una persona bajó del mástil la bandera argentina, e izó una del Vaticano. Lo bizarro de la jornada, y el ejemplo más concreto de los intereses que representaban cada uno de los allí presentes, construyó una memorable imagen: comunistas y socialistas aplaudieron con fervor el izamiento de la bandera papal en el Congreso Nacional. Al rato, otro miembro de la multitud desaforada, prendió fuego la bandera nacional. El agravio estaba consumado, la manada antipopular enardecida. Nada bueno podía pasar a partir de ese día.

Objetivo: Matar a Perón

A cuatro días de aquel 11 de junio de 1955, a las 10 de la mañana del 16 de junio, se había acordado realizar un desagravio a la quema de la bandera nacional, y se esperaba un desfile aéreo de un grupo de aviones que arrojarían flores sobre Plaza de Mayo, en señal de convivencia. Por ese motivo, se aglomeró un grupo de personas, y hasta un micro escolar cargado de chicos de una escuela primaria se acercó a Plaza de Mayo.

Lo que nadie sabía, excepto el reducido grupo de criminales conspiradores de las fuerzas políticas integrantes de la “Unión Democrática”, el clero y un grupo de altos oficiales de la Marina, junto a unos pocos del Ejército y la Fuerza Aérea, es que ya habían decidido aprovechar el anuncio del desagravio de ese día, para asesinar al presidente y líder del pueblo Juan Domingo Perón, sin importar las muertes que provocarían sobre la población civil circundante a Casa de Gobierno. La decisión estaba tomada. Los verdugos, habían optado por copiar la acción realizada por la aviación nazi y franquista sobre la ciudad vasca de Guernica, en 1937.

Buenos Aires bombardeada. La Argentina nunca más sería la misma

En horas del mediodía, y ante la espera de un grupo de personas en Plaza de Mayo, y el desconocimiento de otras que transitaba una cotidiana jornada de trabajo, aquel jueves 16 de junio de 1955, aparecieron las primeras siluetas de los aviones asesinos de la Armada Argentina. Las primeras bombas cayeron sobre Casa de Gobierno y Plaza de Mayo. Un terror hasta el momento desconocido, se apoderó de la población argentina.

La segunda y tercera oleada de aviones omicidas, lanzaron sus bombas sobre la CGT, el Ministerio de Obras Públicas, el Departamento de Policía y la residencia presidencial, ubicada donde hoy se encuentra la Biblioteca Nacional. De ahí, huyeron a Uruguay. A las pocas, horas, la sedición habían finalizado.

Tres meses después, el 16 de septiembre de ese mismo año, finalmente se consuma el golpe de Estado cívico-militar-eclesiástico, bajo el ignominioso título de “Revolución Libertadora”.

En un memorable discurso, y controlando las pasiones que hubiesen significado el estallido de una guerra civil, a un costo de decenas de miles de vidas de argentinos, Perón afirma con claridad: “Entre la sangre y el tiempo, elijo el tiempo”.

Comenzaba un largo exilio forzoso de casi 18 años del líder popular. Nacía la resistencia peronista. Sin embargo, la Argentina nunca más fue libre, justa y soberana, como lo fue desde 1946 a 1955.

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