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Batalla de Vuelta de Obligado o la victoria política de Rosas que consolidó la soberanía nacional

Por Maximiliano Borches. La «guerra del Paraná», o «batalla de Vuelta de Obligado» como se conoce popularmente, a decir del propio San Martín, fue: “la segunda independencia argentina”, de las tres que tuvo a lo largo de su historia. La primera de 1816 fue política, ésta segunda de 1845 fue soberana, y a partir del 17 de octubre de 1945 -hasta el 16 de septiembre de 1955- se logró la independencia económica. La gesta patriótica que tuvo como protagonistas al brigadier general Juan Manuel de Rosas y al coronel Lucio V. Mansilla, le valió reconocimiento mundial. El libertador general José de San Martín le envió su simbólico sable corvo a Rosas en homenaje a su valor y patriotismo. Al final de la nota reproducimos las dos cartas que San Martín le envió al “Restaurador”.

Las dos potencias militares más grandes de fines de la primera mitad del siglo XIX: Reino Unido y Francia conspiraban políticamente contra la Confederación Argentina desde Montevideo, ciudad que se había convertido en cuartel general de los unitarios. Desde allí, armaban planes para derrocar al gobierno federal del brigadier general Juan Manuel de Rosas, cuyo desarrollo de sus políticas económicas las aplicaba en resguardo de la incipiente manufactura y producción nacional, en una Sudamérica donde el Paraguay del mariscal Francisco Solano López, era la vanguardia de la soberanía americana.

En ese contexto, el 2 de agosto de 1845 una fabulosa flota anglo-francesa compuesta por 20 buques de guerra, dotados de la mejor tecnología militar de la época, y 80 buques mercantes abarrotados de productos manufacturados en Europa, que pretendían imponer en estas tierras con la finalidad de hegemonizar el mercado interno en detrimento de las producciones locales –lo que en términos económicos supone dominación-, atravesó el Océano Atlántico e impuso un bloqueo naval en los puertos de Buenos Aires y algunos uruguayos, excepto el estratégico puerto de Montevideo, al servicio de los conspiradores anti-Confederación Argentina.

Mientras escribo este artículo escucho la «Chacarera del clavel»

Los pretextos convertidos en “causas” de la invasión anglo-francesa

Los invasores anglo-franceses, denunciaban la supuesta “intromisión” de Rosas en los asuntos internos uruguayos, argumento muy poco creíble al ser esgrimido por las dos potencias que más se involucraban en las cuestiones ajenas a lo largo del planeta. Tal como sucede en cada tramo de la historia con las potencias dominantes. Además, se formulaban exigencias económicas, como la libre navegación de los ríos interiores, medida que el Brigadier General de la Confederación Argentina había descartado de plano para proteger los intereses de los comerciantes y los productores locales de la competencia extranjera –tal como, por otra parte, hacía la mayoría de los estados europeos- También denunciaban el retraso en el pago de los intereses de la deuda pública a los acreedores británicos, tras la primera toma de deuda externa de nuestra historia, realizada por el gobierno liberal-unitario de Bernardino Rivadavia con la Baring Brothers, en 1825. Vergonzosa deuda que terminó de pagar Juan Domingo Perón durante su primera gestión de gobierno.

La victoria política sobre los invasores ingleses y franceses

Las noticias que llegaban a Europa sobre el desenvolvimiento de la guerra en el Paraná causaron desazón y preocupación. El Parlamento inglés condenó la operación, sobre la que no había sido consultado, ya que además había provocado la paralización del comercio con Buenos Aires, generando grandes pérdidas. Las autoridades inglesas ordenaron que su escuadra abandonara el Paraná a mediados de 1848, y enviaron un representante para negociar un acuerdo de paz, “en condiciones muy beneficiosas para Buenos Aires”, según sus instrucciones.

Tras las brillantes gestiones llevadas a cabo por el embajador argentino en Londres Manuel Moreno, hermano menor de Mariano Moreno, que incidieron en el abandono de las hostilidades por parte de los británicos, los franceses suspendieron también su ofensiva. Sin embargo, las negociaciones se dilataron, por lo que el bloqueo se mantuvo por varios meses. Finalmente, el 24 de noviembre de 1849 se firmó el tratado Southern-Arana, por el cual Gran Bretaña aceptaba su derrota, reconocía la soberanía plena de la Confederación sobre los ríos interiores, devolvía todos los bienes y territorios requisados, y se comprometía a realizar un desagravio a la bandera argentina. Un año después se firmaría el tratado Arana-Lepredour (31/8/1850), en términos similares.

La batalla de Vuelta de Obligado marcó un hito en la reivindicación de la soberanía nacional y demostró el compromiso asumido por el pueblo argentino, liderado por el brigadier general Juan Manuel de Rosas, en defensa de nuestra tierra, de nuestras tradiciones y del derecho a ser libres.

Tal fue su importancia que desde su exilio europeo, el general San Martín la definió como la «segunda independencia argentina».

Sin embargo, la enseñanza más grande que dejó esta verdadera patriada, fue la de identificar al verdadero enemigo interno del proyecto de construcción de una Nación independiente y soberana. En la actualidad, los unitarios mutaron en liberales, neoliberales y algunas patrullas pérdidas de una izquierda marginal, que en los hechos defienden los mismos intereses antipopulares.

El choque de sables, y los disparos de cañones de la guerra del Paraná, continúa multiplicando sus ecos al día de hoy. Esa batalla continúa por otros medios.

La carta que José de San Martín le envió a Juan Manuel de Rosas, junto a su sable corvo, el 2 de noviembre de 1848:

Boulogne-Sur Mer, 2 de noviembre de 1848

Excmo. Sr. Capitán General D, Juan Manuel de Rosas.

Mi respetable general y amigo:

A pesar de la distancia que me separa de nuestra patria, usted me hará la justicia de creer que sus triunfos son un gran consuelo a mi achacosa vejez.

Así es que he tenido una verdadera satisfacción al saber el levantamiento del injusto bloqueo con que nos hostilizaban las dos primeras naciones de Europa; esta satisfacción es tanto más completa cuanto el honor del país, no ha tenido nada que sufrir, y por el contrario presenta a todos los nuevos Estados Americanos, un modelo que seguir y más cuando éste está apoyado en la justicia.

No vaya usted a creer por lo que dejo expuesto, el que jamás he dudado que nuestra patria tuviese que avergonzarse de ninguna concesión humillante presidiendo usted a sus destinos; por el contrario, más bien he creído no tirase usted demasiado la cuerda de las negociaciones seguidas cuando se trataba del honor nacional.

Esta opinión demostrará a usted, mi apreciable general, que al escribirle, lo hago con la franqueza de mi carácter y la que merece el que yo he formado del de usted. Por tales acontecimientos reciba usted y nuestra patria mis más sinceras enhorabuenas.

Un millar de agradecimientos, mi apreciable general, por la honrosa memoria que hace usted de este viejo patriota en su mensaje último a la Legislatura de la provincia; mi filosofía no llega al grado de ser indiferente a la aprobación de mi conducta por los hombres de bien.

Esta es la última carta que será escrita de mi mano; atacado después de tres años de cataratas, en el día apenas puedo ver lo que escribo, y lo hago con indecible trabajo; me resta la esperanza de recuperar mi vista en el próximo verano en que pienso hacerme hacer la operación a los ojos. Si los resultados no corresponden a mis esperanzas, aun me resta el cuerpo de reserva, la resignación y los cuidados y esmeros de mi familia.

Que goce usted la mejor salud, que el acierto presida en todo lo que emprenda, son los votos de este su apasionado amigo y compatriota.

José de San Martín 

II. La carta que José de San Martín le envió a Juan Manuel de Rosas, el 5 de agosto de 1838:

Exmo. Sr. Capitán general D. Juan Manuel de Rosas.

Grand Bourg, cerca de París, 5 de agosto de 1838

Muy señor mío y respetable general:

Separado voluntariamente de todo mando público el año 1823 y retirado en mi chacra de Mendoza, siguiendo por inclinación una vida retirada, creía que este sistema y más que todo, mi vida pública en el espacio de diez años, me pondrían a cubierto con mis compatriotas de toda idea de ambición a ninguna especie de mando; me equivoqué en mi cálculo –a dos meses de mi llegada a Mendoza, el gobierno que, en aquella época, mandaba en Buenos Aires, no sólo me formó un bloqueo de espías, entre ellos uno de  mis sirvientes, sino que me hizo una guerra poco noble en los papeles públicos de su devoción, tratando al mismo tiempo de hacerme sospechoso a los demás gobiernos de las provincias; por otra parte, los de la oposición, hombres a quienes en general no conocía ni aun de vista, hacían circular la absurda idea que mi regreso del Perú no tenía otro objeto que el de derribar a la administración  de Buenos Aires, y para corroborar esta idea mostraban (con una imprudencia poco común) cartas que ellos suponían les escribía. Lo que dejo expuesto me hizo conocer que mi posición era falsa y que, por desgracia mía, yo había figurado demasiado en la guerra de la independencia, para esperar gozar en  mi patria, por entonces, la tranquilidad que tanto apetecía. En estas circunstancia, resolví venir a Europa, esperando que mi  país ofreciese garantía de orden para regresar a él; la época la creí oportuna en el año 29: a mi llegada a Buenos Aires me encontré con la guerra civil; preferí un  nuevo ostracismo a tomar ninguna parte de sus disensiones, pero siempre con la esperanza de morir en su seno.

Desde aquella época, seis años de males no interrumpidos han deteriorado mi constitución, pero no mi moral ni los deseos de ser útil a nuestra patria; me explicaré:

He visto por los papeles públicos de ésta, el bloqueo que el gobierno francés ha establecido contra nuestro país; ignoro los resultados de esta medida; si son los de la guerra, yo sé lo que mi deber me impone como americano; pero en mis circunstancias y la de que no se fuese a creer que me supongo un hombre necesario, hace, por un exceso de delicadeza que usted sabrá valorar, me pondré en marcha para servir a la patria honradamente, en cualquier clase que se me destine. Concluida la guerra, me retiraré a un rincón  -esto es si mi país me ofrece seguridad y orden; de lo contrario, regresaré a Europa con el sentimiento de no poder dejar mis huesos en la patria que me vio nacer.

He aquí, general, el objeto de esta carta. En cualquier de los dos casos -es decir, que mis servicios sean o no aceptados-, yo tendré siempre una completa satisfacción en que usted me crea sinceramente su apasionado servidor y compatriota, que besa su mano,

José de San Martín

 

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