Por Luis Fernando García Núñez (Desde Santander, Colombia, especial para Mariano Moreno Noticias). Es histórico. Fueron 214 años de luchas desiguales, de persecuciones y asesinatos, de imposiciones, de fraudes y dolor.
Fueron 214 años de luchas desiguales, de persecuciones y asesinatos, de imposiciones, de fraudes y dolor. Quizás la excepción hayan sido los pocos años del liberalismo radical en el siglo XIX, de 1863 a 1886, y luego algunas luces durante la llamada República Liberal, 1930-1946, que permitieron que el país entrara, a medias, en la modernidad. Pero, aunque parezca mentira, una especie de feudalismo patriarcal tiene atrapada a una democracia que han dado en llamar la más antigua de Latinoamérica. Una democracia que se dio el lujo de asesinar y exiliar a muchos de sus hombres y mujeres más brillantes, que tuvo la osadía de presentarse en el concierto de las naciones como un ejemplo de respeto a las libertades y los derechos civiles y humanos.
Son décadas de violencia y odios desenfrenados. De hipocresías. Para abreviar, en el siglo XX asesinaron a candidatos presidenciales como Jorge Eliécer Gaitán, Luis Carlos Galán Sarmiento, Carlos Pizarro Leongómez, Bernardo Jaramillo Ossa, Jaime Pardo Leal que representaron, en su momento, un cambio del rumbo que una dirigencia tiránica y mentirosa le había dado a esta mal llamada república, arrodillada a los EE.UU. para sostener sus desmanes y sus abusos. Sí, se había arrodillado al naciente imperio que desmembró al país porque fue el incitador de la separación de Panamá, para quedarse con el Canal que tanto significó para su injerencia en el mundo y para darle un poder que todavía arrincona las libertades y la democracia universales.
Es el gobierno de los y las nadies. Es un sueño hecho realidad, un avance para la democracia latinoamericana, un nuevo amanecer que habrá que defender por la consolidación de la Patria Grande
Años de luchas populares, de movimientos reprimidos y desaparecidos, como la UP, fundada el 28 de mayo de 1985 y exterminada en pocos años. La historia de tantos grupos es larga y tormentosa. En alguna medida está contenida en muchas y bellas novelas, entre ellas, para citar un ejemplo, Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, o en la obra de José Antonio Osorio Lizarazo o de Alba Lucía Ángel o en la más nueva de Daniel Ferreira de quien es recomendable Viaje al interior de una gota de sangre, que devela cómo fue esa trágica guerra de los mil días, última guerra civil de las nueve de alcance nacional que hubo desde los días de la independencia y catorce de carácter regional, más decenas de revueltas que pedían, casi siempre, lo mismo: libertad y derechos. Son tantos y tan sombríos sus efectos y sus crímenes, que muy pronto la Comisión de la Verdad, como un ¡Basta ya!, tendrá que informarnos sobre lo que ha sucedido en estos largos años de gobiernos antidemocráticos impuestos, en varios casos, por el narcotráfico, los clubes de las élites y los gremios económicos.
Sí, a la tragedia de la época llamada de La Violencia, 1946 y 1958, hay que sumarle la de estos años, casi desde los tiempos del Frente Nacional, 1958-1974, cuando el narcotráfico impuso su ley y se propagó por el país como La mala hierba, nombre que lleva una novela del periodista Juan Gossaín, la “novela premonitoria”. El 19 de abril de 1970 se presentó el primer, y más conocido, fraude electoral, cuando le robaron las elecciones a Gustavo Rojas Pinilla, un militar que, apoyado por las oligarquías colombianas, le hizo golpe de Estado a Laureano Gómez, presidente conservador que gobernó, por razones de salud, poco tiempo, pero durante cuyo mandato la violencia alcanzó límites espeluznantes.
A Rojas, las mismas oligarquías que lo habían llevado al poder le hicieron, cuatro años más tarde, un golpe de Estado, lo enjuiciaron y le quitaron sus derechos civiles. Después recuperó esos derechos y empezó su trabajo político con la creación de la Anapo, que lo llevaron a ganar las elecciones de 1970 y que, en un misterioso apagón, le fueron arrebatadas. Como una reacción al fraude nació el M-19, movimiento al que perteneció Gustavo Petro y que, en un acuerdo extraordinario, logró un Acuerdo de Paz que se convirtió en la puerta de una Asamblea Nacional Constituyente que cambió la conservadora y pervertida Constitución de 1886.
Ahora, al final, luego de fraudes, comprobados y no, de miles de crímenes, de desafueros, de muertos y desaparecidos, de exilios y desplazamientos, de falsos positivos, de entrampamientos y falsos juicios judiciales, de la más aterradora y dictatorial represión contra los jóvenes, se impone un gobierno popular, impulsado por quienes, desde hace muchos años, buscan para Colombia un mejor futuro, más humano, más incluyente, más democrático, más libertario, más igualitario. Gustavo Petro y Francia Márquez sintetizan la idea de un Estado responsable en el que el diálogo y el respeto a los derechos humanos y al medio ambiente sean el eje central de su dinámica. Un país digno que, en verdad, pueda participar en el fortalecimiento de América Latina, que respete y no se inmiscuya en el destino de otros países, que no siga siendo ese lacayo vergonzante de EE.UU., y que pueda ser, por sí solo, respetado y querido por el mundo. Un país incluyente y dispuesto a la integración sin resabios ni doble moral.
Es el gobierno de los y las nadies. Es un sueño hecho realidad, un avance para la democracia latinoamericana, un nuevo amanecer que habrá que defender por la consolidación de la Patria Grande.