Por Luis Fernando García Núñez (Desde Santander, Colombia, especial para Mariano Moreno Noticias) Un fantasma ronda por las elecciones colombianas: el fantasma del fraude. Sí. Desde hace décadas nos persigue el terrible cáncer del fraude, al que se le deben agregar el altísimo abstencionismo y los asesinatos de candidatos y de líderes políticos. El más conocido y difundido es el del candidato liberal Jorge Eliécer Gaitán, en aquel tenebroso 9 de abril de 1948, en pleno desarrollo de la Conferencia Panamericana. Ahí está la historia. Y luego el de otros aspirantes, entre ellos Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo Ossa, Carlos Pizarro Leongómez, Luis Carlos Galán Sarmiento. Y cientos de líderes políticos y sociales. Cientos no, miles. Sí, miles de muertos en la democracia más antigua de América Latina.
Este 13 de marzo se efectuarán las elecciones al Senado y la Cámara de Representantes, con el ingrediente de las Curules de Paz acordadas en La Habana, y que fueron el blanco de una tenaz oposición por parte del actual gobierno y del partido que lo respalda. Trampas, enmiendas y señalamientos de toda índole sufrió esta decisión, como lo han sufrido otros puntos vitales del Acuerdo que, en las elecciones pasadas, el partido del presidente Duque prometió hacer trizas. No obstante, en esos días –hace cuatro años– se vivió un proceso electoral en paz y armonía, aunque no faltaron tropiezos y desmanes. Por primera vez en muchos años las elecciones no estaban amenazadas por los fusiles y las bombas.
Pasados unos meses del proceso electoral, y posesionado el presidente, se denunció la llamada ñeñepolítica y se conocieron los artilugios realizados por la campaña del Centro Democrático para alcanzar el triunfo en las votaciones. Confidencias y rectificaciones, renuncias y videos, confesiones, exilios y muertes se fueron sumando al escándalo que no ha sido investigado con seriedad y probidad. La historia de este fraude está ahí y es una página abierta no aclarada con el rigor debido y con sentido de justicia. Como tampoco fue investigado el triunfo del no en el plebiscito por la paz del 2016, a pesar de las artimañas hechas y contadas con desfachatez por el gerente de la campaña del no.
Este panorama, nada grato ni esperanzador, recobra fuerza en estos días. No hay suficientes garantías y no hay confianza. Pocos medios de comunicación han sido objetivos y precisos en sus informaciones y el silencio y las dilaciones causan incertidumbre entre los ciudadanos. No es alentadora la perspectiva. La Registraduría no ha respondido debidamente a las peticiones de los candidatos y de los observadores nacionales, y el fantasma está ahí. No es claro el proceso que se está dando en el exterior y hay denuncias que no han sido respondidas con la debida claridad.
Además, el 13 se escogen los candidatos presidenciales de tres grandes movimientos que tienen, cada uno, cinco precandidatos que acordaron esta consulta con sus bases, y que determinarán el horizonte para las elecciones del 29 de mayo.
Difíciles han sido estos últimos años de la historia colombiana. Una rampante corrupción –de las más altas del mundo–, el auge del narcotráfico, la explotación ilegal de recursos naturales, la violencia, el desempleo, la pobreza multidimensional y la intensa represión han dejado cicatrices que la sociedad debe sanar y, para ello, es importante que haya confianza en las instituciones y la prensa, entre otros. Pero, precisamente esto último no existe, aunque se diga lo contrario.
Sumarle a esta síntesis el manejo de la pandemia del covid permite entender que son días complejos. Muchos funcionarios vieron en esta crisis sanitaria una forma fácil de enriquecerse y, sin escrúpulos de ninguna clase, lo hicieron. Además, las malas relaciones con algunos vecinos y con otros países, por solo hacerle el juego a Estados Unidos, han sembrado una sombra a la que se debe agregar el desprestigio de muchos dirigentes del país.
Así, la credibilidad del gobierno está en crisis y en estos tiempos de redes es difícil esconder lo que siempre se escondió. Es urgente la búsqueda de la sensatez y la dignidad de una república que debe enderezar su camino para alcanzar el prestigio perdido. Estas elecciones podrían ser un catalizador de la esperanza y un esfuerzo para proponer la verdadera defensa de su avasallada soberanía. ¡Pero no creo que eso suceda!