Lejos de disiparse, pero con la ventaja de que en más de 40 países comenzaron a aplicarse planes de vacunación, en todo el mundo se registran 2..035.895 muertos e 95.392.103 infectados, en tanto, 51.906.737 se recuperaron en todo el mundo, según datos de la Universidad Johns Hopkins (https://coronavirus.jhu.edu/map.html ), al cierre de esta nota. La responsabilidad es de todos.
El virus tardó siete meses en cobrarse el primer millón de muertes, pero le han bastado tres para sumar el segundo millón. Si en verano los fallecidos rondaban los 5.000 diarios, según las estadísticas que mantienen Our World in Data y la Universidad Johns Hopkins, ahora se han elevado hasta 13.000. Casi el triple cada día.
En ese aumento puede haber una parte de espejismo estadístico —porque habrá países que contabilicen sus muertos mejor que en mayo—, pero también es un reflejo de la naturaleza de la epidemia: el SARS-CoV-2 se extiende a más países y se propaga más deprisa en nuestro invierno. En Europa, por ejemplo, hay países como Bulgaria, Hungría o República Checa, donde el virus prácticamente no llegó hasta el otoño. Allí las muertes fueron solo unos pocos centenares en primavera, pero ahora se cuentan por miles.
La velocidad del segundo millón nos recuerda que estamos en una carrera contrarreloj. Aunque la vacuna alimenta nuestro optimismo para el futuro, la realidad inmediata es que la inmunidad sigue lejos. En España ha pasado la infección quizás un 10% de la población, según el estudio de seroprevalencia del Instituto de Salud Carlos III, a lo que se sumará con suerte otro 2% de personas vacunadas (todavía nadie ha recibido el tratamiento completo). Pero eso significa que la gran mayoría sigue siendo vulnerable y que el virus todavía podría matar a decenas de miles de personas. Por eso la vacunación del mundo es una carrera, logística y política: ¿a qué velocidad podemos fabricar, distribuir y vacunar? Si las cosas van como esperamos, el ritmo al que se inmunizan los países será el ritmo al que se frena la pandemia.
Mientras eso ocurre, Europa es el continente con más muertes oficiales, por encima de las 615.000, seguido de América del Norte (565.000) y América del Sur (384.000). Son las tres regiones más golpeadas por el virus, las tres rondando las 900 muertes por millón de habitantes. Asia registra 354.000 fallecidos, pero es un continente superpoblado y en realidad su mortalidad por habitante es 10 veces inferior.
Tres de los cuatro países con más muertos son EE UU (380.000), Brasil (205.000) y México (137.000), que además de ser grandes tienen una mortalidad alta. El cuarto es India (151.000), donde la mortalidad es muy inferior, pero que tiene 1.300 millones de habitantes. También están entre los 10 con más muertos varios países de tamaño medio donde el virus ha sido mortífero: Reino Unido (85.000), Italia (80.000), Francia (69.000) y España (53.000). Están entre los peores en muertes por habitante.
La peor cifra de mortalidad la tiene Bélgica, que suma 1.700 fallecidos por cada millón de habitantes (considerando los países de más de 10 millones de personas). En esa lista, le siguen Italia, República Checa, Reino Unido, Perú, EE UU y España, todos lugares donde el virus ha matado a una persona de cada mil habitantes.
Es importante tomar estas cifras como aproximaciones. Primero, porque no todos los países tienen las mismas reglas para atribuirle una muerte al virus —Bélgica, por ejemplo, y al contrario de lo que hace la mayoría, incluye en su estadística oficial las muertes “sospechosas”, aunque no se hayan confirmado con una prueba de laboratorio—. Pero además hay que contar con que las estadísticas oficiales no serán perfectas en ningún país y que en algunos serán muy malas.
En general, los fallecidos por coronavirus serán más de las que constan oficialmente. Es algo que sabemos con certeza en lugares como España, donde los registros civiles han observado un exceso anormal de 80.000 muertes desde marzo (en comparación con 2019 y años anteriores). No todo ese exceso será necesariamente por covid, pero sí una gran parte. Los certificados de defunción de la primera ola, que cumplimentan médicos, atribuían el 95% del exceso al virus. Esto mismo ocurre en países como Italia, Reino Unido o Estados Unidos, como se observa en el último gráfico.
Para hacerse una idea del impacto de la covid, basta decir que se ha colocado entre las mayores causas de muerte del mundo. Con datos a 31 de diciembre, la Organización Mundial de la Salud (OMS) dice que es la sexta patología en esa lista, al nivel del cáncer de pulmón y por delante del alzhéimer, las diarreas, la diabetes y las enfermedades renales. Una de las principales causas de muerte no existía hace un año.
La pregunta que queda en el aire es cuándo se superarán los tres millones de fallecidos, y si serán tres, cuatro o cuántos millones en 2021. Responderla es imposible porque la carrera de la vacuna solo está empezando, y aunque avanza en España y Occidente, no hay que olvidar que el mundo es muy grande. Es una pregunta, además, que ya quedó sin respuesta con el primer millón. Entonces el doctor Mike Ryan, de la OMS, decía que el segundo millón “no era imposible”. Tres meses después es evidente que tenía razón, aunque se equivocaba con los cálculos: ”Si nos fijamos en la pérdida de un millón de personas en nueve meses y después nos fijamos en la realidad que supone llevar la vacuna ahí fuera en nueve meses, es una tarea enorme”. Pero la vacuna no tuvo nueve meses para evitar el segundo millón, ni los tendrá tampoco para evitar el tercero.
Con información de ElPais.es, AFP, BBC