En el marco del 172 aniversario del paso a la inmortalidad del general José de San Martín, y a 208 años del “Encuentro de Yatasto”, un hecho memorable que cambió el desarrollo de la revolución americana, y que a su vez dio origen al nacimiento de una inquebrantable amistad entre dos de los principales próceres de la historia nacional: San Martín y Manuel Belgrano, acercamos a nuestros lectores un cuento escrito por el director de este portal de noticias, Maximiliano Borches.
El principio de un encuentro*
Los dolores musculares y el agotamiento físico, pesaban menos que los fantasmas que recorrían su cabeza día y noche. “¿En qué estaría pensando cuando decidí liberar a los maturrangos esos y a los otros prisioneros?, ¿acaso no había creído entender como son las reglas de la guerra; mejor dicho, de esta guerra de liberación nacional? Haber dejado libre a soldados que pelean por un Rey y una dominación, justo ahora que nos estamos liberando definitivamente del yugo real y comenzamos a pensarnos como hombres y mujeres libres, hijos de una tierra nueva en la que la igualdad será el horizonte común y el cielo se presentará como una patria para todos, tal como lo representa nuestra bandera… ¡Por Dios, mi Ejército hoy está casi diezmado!…en que estaría pensando….
Desde las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma, todo era sombras para el general Manuel Belgrano, quien se preparaba para recibir al general José de San Martín, y de esa manera empezar a despedirse de la Campaña del Alto Perú. La madrugada que comenzaba a despuntar desde su sitio en la Posta del Yatasto, donde imposibilitado de poder dormir, el sueño, una vez más, tomaba la forma de un sueño inalcanzable. “Debo dejar de martirizarme tanto… ¿Pero, cómo?”
Solo tres meses separaban el presente del general Belgrano con aquella primera derrota militar, y dos meses con la segunda, y la orden había llegado con claridad supina desde Buenos Aires: “Será relevado de su mando al frente del Ejército del Norte. El general José de San Martín será quien lo reemplace”. “Quizá me hagan un favor, y además, tengo el honor de poder conocer en persona al brillante estratega de San Lorenzo”, pensó por un momento, tras mantener otro debate imaginario con su estrategia fallida de intentar avanzar por el Alto Perú. “Ese camino parece inexpugnable”, se dijo, mientras bebía un sorbo de té de manzanilla, en momentos donde interrumpía la aplicación de ese ungüento asqueroso en su brazo izquierdo, que le había recomendado el médico de la tropa por los dolores que tenía, y que con desbordante amabilidad le había alcanzado Doña Rosaura, la casera de la Posta. La misma, que con tanta delicadeza y atención, preparó buñuelos para amenizar el día que recibió el mando del Ejército del Norte de manos de Juan Martín de Pueyrredón, aquel lejano 26 de marzo de 1812.
A media mañana, y luego de caminar un buen rato entre los algarrobos, compartiendo el silencio con los benteveos rayados, el general Manuel Belgrano pudo salir del entrevero de sus pensamientos, cuando escuchó con alegría las palabras del capitán Ordoñez, que le anunciaba la llegada del general José de San Martín.
San Martín: -(Con visible alegría y guardando las formas militares) General Belgrano, un gusto poder conocerlo al fin.
Belgrano: -General San Martín, que va, el gusto es mío- Por favor tome asiento y tómese un amargo que está recién preparado.
S.M -Estoy aquí para lo que mande, General.
B – (Apenas sonriendo con un leve dejo de melancolía) No, no me trate como si usted fuera mi subordinado, aquí el militar de carrera es usted General, yo simplemente soy un abogado que lucha por la libertad, la independencia y la justicia en nuestra patria. Sé muy bien que no es lo mismo vestir el uniforme militar que serlo.
S.M – (Serio. Agarrando el mate que Belgrano le convida) Créame general que no hay nadie más necesario y cojonudo que usted en este Ejército, ya sea tanto por su empeño, su capacidad de conducción de la tropa, su respeto, su conducta intachable y por la coherencia infinita que posee.
B – Me halaga usted, General.
S.M – Usted ha aprendido todo de una guerra y sin recursos.
B – Sí.
SM -Usted lo sabe.
B – (Echando su cuerpo para atrás, en la silla de paja y madera) Pero ahora con usted al frente del Ejército del Norte…bueno…de lo que queda de él, seguro la fortuna cambiará. No tengo dudas que su genio estratégico y su incansable devoción por la libertad, serán esa mística, esa fuerza arrolladora que necesitan nuestros soldados, heridos algunos y exhaustos todos. De más está decirle que solo usted es capaz de recomponer este Ejército y conducirlo a la victoria contra los maturrangos que nos tienen a mal traer últimamente, General.
S.M – (Con gesto ofuscado) Me niego a ocupar el puesto de Mayor General, su alejamiento es un error; bah, otro error que cometen desde Buenos Aries, están muy cómodos por allá y no entienden nada…o sí entienden: sus propios intereses, no los de la libertad e independencia…Permítame que insista General, su alejamiento es un error. Yo estoy recién llegado, no conozco estas tierras, sus trampas, sus defensas, la inmensidad de su geografía, usted en cambio las conoce al dedillo General.
B –Mire General, le agradezco cada una de sus palabras, y créame que para mí son un verdadero honor, como este encuentro, pero el asunto es muy simple: no me perdonan las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma.
S.M -¡Eso es absolutamente absurdo!, ¿Cómo pretenden desde Buenos Aires que un General al frente de un Ejército prácticamente sin recursos triunfe sobre un enemigo bien pertrechado?…¡es verdaderamente inconcebible!
B – Pero es lo que realmente sucede, General. De todos modos, he estado meditando mucho estos últimos meses, exactamente tres desde la derrota de Vilcapugio y dos desde haber atravesado la misma suerte en Ayohuma, y en franco diálogo con migo mismo…
S.M – Mire… (Emite un leve suspiro mientras toma con su mano derecha el segundo mate que le ofrece Belgrano, y levemente mira al techo como buscando la inmensidad de ese cielo celeste azulado, que inspiró a su interlocutor para crear el Pabellón Nacional)…Más allá de esas derrotas, usted se ha ganado con su arrojo y patriotismo el respeto de cada uno de los habitantes de esta región, y eso es un factor determinante para cualquier empresa de este tipo. Una guerra de liberación nacional no se ejecuta detrás de un cómodo sillón en Buenos Aires…se lleva adelante con la claridad de la conducción que usted posee y la voluntad de cada uno de nuestros paisanos que anhelan el bien más preciado que pueda tener un hombre: su libertad.
B – (Tras un breve silencio antes de hablar) Sin embargo, ahora es momento de dar un paso al costado en esta empresa y otorgarle el mando supremo de nuestras tropas tal como nos ordenan, mi General. Quiero que sepa que para mí es un verdadero honor que esto así ocurra, como también es un honor ponerme a sus órdenes. Hoy descansemos y en dos días partimos hacia Tucumán para formalizar este traspaso. Solo su temple y genio militar salvarán nuestra revolución americana.
S.M – (Al verlo tan convencido a Belgrano, baja su mirada al piso y en un tono apenas más bajo, dice) De acuerdo General, de esa manera procederemos entonces, pero antes quiero que me cuente algunas cosas. Tengo entendido que hace tiempo le vienen retaceando el pago de salarios y la entrega de vestuario a las tropas, ¿cómo ha hecho para mantener la disciplina y la cohesión de la tropa?
B – Los salarios los pago yo de mi bolsillo, General, en la medida que se puede. Los vestuarios necesarios para la tropa los suplimos como podemos gracias a la generosidad de nuestras mujeres, verdaderas revolucionarias al servicio de nuestra patria. En estos años al frente del Ejército del Norte, he aprendido que solo un pueblo con vocación de ser libre consigue su libertad a como sea. Que digan lo que quieran los hombres sentados en sofás, que disfrutan de comodidades, mientras los pobres diablos andamos en trabajos. Ellos, allá en Buenos Aires y a merced de los humos de la mesa destruyen a los enemigos con la misma facilidad con que empinan una copa…Si no se puede socorrer al Ejército, si no se puede pagar lo que consume, mejor es despedirlo.
SM – Así es mi General, no hay dudas de ello. Gracias a su trabajo en esta región se pudo implementar la guerra de guerrillas contra el enemigo. En este tiempo me han hablado mucho de un gaucho Comandante, un General muy valioso llamado Güemes que según dicen, anda con sus gauchos infernales, enseñándoles a los godos las penurias que deben pasar por seguir intentando dominar estas tierras, cuénteme un poco sobre él.
B – Sus gauchos lo veneran, mi General. No solo están dispuestos a dar la vida por él, sino a soportar cualquier tipo de sacrificio. Es un combatiente experimentado, fiel hijo de esta tierra, comprometido hasta el tuétano con la libertad y la independencia. Sus hombres, verdaderos centauros americanos, son el azote de terror de los maturrangos…jajaja… ¡Viera usted la cara que ponen cuando los ven bajar de a montón desde las montañas, con sus pilchas rojas y sus tacuaras brillando al sol!
S.M – Esos son los patriotas que precisamos, General. No va a faltar momento de conocerlo a este líder de gauchos aguerridos. Sin dudas, será clave en la estrategia que me obsesiona desde que desembarqué en nuestra América para ayudar a liberarla. Mire General, es una pérdida de tiempo y de recursos seguir intentando avanzar por aquí. Al Alto Perú lo conquistaremos desde el mar. Esa idea me obsesiona, pero hay que pensarla muy bien, no se puede dejar al libre albedrio ningún detalle. Tanto usted como yo sabemos que desde Buenos Aires no nos van a enviar los recursos que precisamos, ellos allá están más embrollados con sus cuitas internas, que con el verdadero objetivo independentista que nos convoca a nosotros y a miles de compatriotas. Nuestra revolución americana será recordada como la más audaz y valiente de la historia de estas tierras.
B – Suena muy interesante lo que dice, General (y cebando el último mate que le tocaba tomar a él, enarca las cejas y sube levemente los ojos para mirar a San Martín con un gesto de complicidad) Entiende ahora porque le decía que sé muy bien que no es lo mismo vestir el uniforme militar que serlo.
S.M – (Sonriendo) No se haga el modesto hombre, usted demostró sobrada capacidad de mando y de estrategia. ¿Qué son las derrotas de batallas en una guerra?, simplemente momentos, de los que usted ha sabido muy bien superar. Déjese de macanas y pida otra pava de agua, que además de buen patriota es usted un gran cebador de amargos, mi amigo.
En la cocina de la Posta, a escasos cuatro metros de donde se encontraban los generales patriotas; Doña Rosaura, precavida ella, tenía preparada otra pava de agua caliente para llevarles, antes de que el general Belgrano se la pidiera.
El mediodía se había convertido en un pasado cercano, en esa tarde que se adentraba para finalizar en su destino nocturno. Junto con la nueva pava de agua caliente, Doña Rosaura les sirvió galletas, mucho más no había. Cumplía la orden expresa del general Belgrano, de que cada soldado e integrante de ese lugar debía comer lo mismo que él. Doña Rosaura aplicaba con orgullo esa orden.
Al alba, San Martín y Belgrano, todavía animados en su conversación, se habían olvidado por un buen rato de los achaques que los perseguían. El primero, con sus fuertes dolores de estómago que parecía no tener fin; el otro, con sus dolores musculares para los que se untaba con eses asqueroso ungüento que le había recomendado el médico de la tropa.
Sin embargo, aquel encuentro no solo acrecentó el enorme respeto entre ambos. Potenció la causa central que atravesaba sus vidas con la misma potencia de una precisa bala de cañón: la revolución, la independencia, la libertad.
También, fue el origen de una amistad que se acrecentaría en palabras escritas a futuro, a través de encuentros epistolares.
La revolución americana, era una garantía de futuro.
*Autor: Maximiliano Borches.
El encuentro en la posta de Yatasto, cerca de Metán en la provincia de Salta, se realizó el 29 de enero de 1814. Algunas fuentes afirman que el encuentro se realizó el 17 de enero de ese mismo año.