Por Maximiliano Borches. Los aplausos de un público conmocionado que desbordó el Teatro Imperial de Viena aquel 7 de mayo de 1824, ocuparon todo el espacio de ese Templo de la música. Tras una hora, siete minutos y diez segundos de duración, finalizó el estreno de la revolucionaria 9° Sinfonía. En su último movimiento, intervinieron cuatro solistas y un coro que interpretó el poema Oda a la Alegría, de Friedrich Schiller. Era la primera vez que una Sinfonía finalizaba de manera coral. Ludwig van Beethoven continuaba embrujado por la epifanía que él mismo había creado con su música, sin advertir que el estreno había finalizado. Una sutil caricia en su brazo izquierdo propiciado por una de las solistas de la orquesta, lo devolvió a la realidad mundana. Estaba completamente sordo hacía veinte años. Este 16 de diciembre se conmemoran 250 años de su nacimiento.
Habían transcurrido 12 años desde la última vez que Ludwig van Beethoven se presentara a tocar en público. En aquel año de 1824, tenía 54 años. Vivió 57. Desde los 32 años había quedado completamente sordo.
Poco tiempo había transcurrido desde que finalizó su Sinfonía n.º 9 en re menor, op. 125, conocida hoy informalmente como la “Novena”. Toda Viena sabía que Beethoven, considerado entonces el más grande de los compositores, estaba completamente sordo. A su vez, se esperaba con desbordada ansia el estreno de esa obra, que según se rumoreaba, era una especie de síntesis de la existencia humana: convivían en sus notas las diversas pasiones, tristezas, la luz, lo oscuro, las alegrías y finalizaba de manera completamente novedosa para ese momento, con un verdadero canto a la hermandad entre los hombres del planeta, interpretado por solistas y un coro. Un embrujo de esperanza que a 196 años de conocida, continúa generando infinitas pasiones.
Finalmente la noche esperada llegó. Aquel 7 de mayo de 1824 el Kärntnertortheater, el Teatro Imperial de Viena, se encontraba desbordabo como nunca. Hasta los integrantes de la dinastía imperial de los Habsburgo aguardaban intrigados, desde el Palacio Schönbrunn, el resultado de aquel estreno.
La magia se apoderó de esa noche. Los espectadores fueron testigos de una experiencia surrealista, onírica y a la vez metafísica. Una verdadera misa laica. Durante una hora, siete minutos y diez segundos, los afortunados vieneses que se encontraban allí esa noche, vivieron una experiencia única e intransferible. El milagro había sucedido.
Finalizado el último tramo coral, y tras el cierre instrumental, Beethoven continuaba poseído por su propio genio. Con los acordes estallando en cada segmento de su cerebro, en cada porción de su cuerpo, continuaba dirigiendo una orquesta que había finalizado de tocar.
No se había dado cuenta. Una sutil caricia en su brazo izquierdo, que con profundo amor y oceánico temor, le había sido propiciado por una de las solistas de la orquesta, lo había devuelto a la mundana realidad. Dejó su batuta, giró su cuerpo y saludó a un publico que gritaba con devoción su nombre, como si se tratase de una invocación a un dios griego, o romano. Con sus ojos vio toda esa fascinación colectiva, el llanto producido por la emoción y los incansables aplausos de un público desbordante. En su mente, que era lo único que escuchaba, los acordes de la “Novena” se repetían completos, una y otra vez.
Hoy, esa Sinfonía es el Himno Europeo.
Texto completo del poema “Oda a la alegría”, de Friedrich Schiller (traducido al castellano):
¡Oh amigos, dejemos esos tonos!
¡Entonemos otros más agradables y más alegres!
(Texto de Beethoven)
Alegría, hermosa llama de los Dioses,
hija del Eliseo.
Entramos, oh celeste deidad, en tu templo
ebrios de tu fuego.
Tu hechizo funde de nuevo
lo que los tiempos separaron.
Los hombres se vuelven hermanos
allí por donde reposan tus suaves alas.
Quien haya tenido la dicha
de poder contar con un amigo,
quien haya logrado conquistar a una mujer amada,
que su júbilo se una al nuestro.
Aún aquel que pueda llamar suya
siquiera a un alma sobre la tierra.
Más quien ni siquiera esto haya logrado,
¡que se aleje llorando de esta hermandad!
Todos los seres beben de la alegría
del seno abrasador de la naturaleza.
Los buenos como los malos,
siguen su senda de rosas.
Ella nos da besos y vino
y un fiel amigo hasta la muerte,
al gusano le concedió la voluptuosidad,
al querubín, la contemplación de Dios.
Volad alegres como sus soles
a través del inmenso espacio celestial,
seguid, hermanos, vuestra órbita,
alegres como héroes en pos de la victoria.
¡Abrazaos millones de hermanos!
Que este beso envuelva al mundo entero!
Hermanos! Sobre la bóveda estrellada
habita un Padre bondadoso!
¿Flaqueáis, millones de criaturas?
¿No intuyes, mundo, a tu Creador?
Búscalo a través de la bóveda celeste,
¡Su morada ha de estar más allá de las estrellas!
Oda a la alegría, (texto original en Alemán):
Freude, schöner Götterfunken
Tochter aus Elysium,
Wir betreten feuertrunken,
Himmlische, dein Heiligtum!
Deine Zauber binden wieder
Was die Mode streng geteilt;
Alle Menschen werden Brüder,
Wo dein sanfter Flügel weilt.
Wem der große Wurf gelungen,
Eines Freundes Freund zu sein;
Wer ein holdes Weib errungen,
Mische seinen Jubel ein!
Ja, wer auch nur eine Seele
Sein nennt auf dem Erdenrund!
Und wer’s nie gekonnt, der stehle
Weinend sich aus diesem Bund!
Freude trinken alle Wesen
An den Brüsten der Natur;
Alle Guten, alle Bösen
Folgen ihrer Rosenspur.
Küsse gab sie uns und Reben,
Einen Freund, geprüft im Tod;
Wollust ward dem Wurm gegeben,
und der Cherub steht vor Gott.
Froh,
wie seine Sonnen fliegen
Durch des Himmels prächt’gen Plan,
Laufet, Brüder, eure Bahn,
Freudig, wie ein Held zum Siegen.
Seid umschlungen, Millionen!
Diesen Kuß der ganzen Welt!
Brüder, über’m Sternenzelt
Muß ein lieber Vater wohnen.
Ihr stürzt nieder, Millionen?
Ahnest du den Schöpfer, Welt?
Such’ ihn über’m Sternenzelt!
Über Sternen muß er wohnen.
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