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El poeta que encontró la esperanza en el peronismo

Por Maximiliano Borches. «Antes los pibes miraban la nata por turno y ahora pueden irse a la escuela con la vaca puesta”, de esta manera magistral, el poeta Enrique Santos Discépolo sintetizó al peronismo, cuya doctrina justicialista transforma en derechos las necesidades de los más humildes de la patria. El 23 de diciembre de 1951, falleció este gran hombre de letras, imágenes y sonidos que con la misma pasión que legó a la posteridad tangos emblemáticos como “Uno” (ver video abajo),”Yira, yira” y “Cambalache”, abrazo la causa justicialista de Juan y Evita Perón.

Nacido y fallecido en el mismo barrio porteño: Balvanera, este extraordinario poeta, dramaturgo, compositor y cineasta, sintetizó en su paso de cincuenta años por la existencia terrenal, una obra que narró desde la profundidad conceptual y metafórica de sus poemas convertidos en tangos, los dolores, humillaciones y alegrías de nuestro pueblo.

Con la irrupción del peronismo en la vida nacional, los trabajadores comenzaron a acceder derechos impensables unos años antes. En este sentido, la pequeña burguesía ciudadana, los sectores más privilegiados de la sociedad, empezaron a acumular rencor, porque debían compartir los restaurantes, los teatros, los cines y los lugares de veraneo con los trabajadores  llegados de otras provincias y de los suburbios.

Gran parte de las relaciones de Discépolo provenían de esa clase media que lo empieza a mirar con desconfianza que luego se convertirá en abierta enemistad, porque se había definido abiertamente a favor del gobierno peronista.

En el medio Enrique le pone letra a “El Choclo” aquel extraordinario tango de Ángel Villoldo. Poco tiempo después compone “Cafetín de Buenos Aires”. Estaba cenando en una cantina de la Boca cuando ve contra la ventana un chico que miraba desde afuera con ojos de asombro y le recordó a su adolescencia cuando desde afuera miraba los bares donde los mayores discutían de temas importantes.

“De chiquilín te miraba de afuera,
como esas cosas que nuca se alcanzan,
la ñata contra el vidrio
en un azul de frío
que sólo fue después viviendo
igual al mío”

Uno de los mejores tangos de Discépolo. Un homenaje a la amistad y a la bohemia.

Mordisquito

La radio fue el vehículo que utilizó para difundir su ideario, en su famoso micro ¿A mí me la vas a contar? Transcribimos, a continuación, el último texto leído por Discépolo el 10 de noviembre de 1951, un día antes de las elecciones que concluyeron con un triunfo arrollador de la fórmula Perón-Quijano:

«Bueno, mirá, lo digo de una vez. Yo no lo inventé a Perón. Te lo digo de una vez, así termino con esta pulseada de buena voluntad que estoy llevando a cabo en un afán mío de liberarte un poco de tanto macaneo. La verdad: yo no lo inventé a Perón, ni a Eva Perón, la milagrosa. Ellos nacieron como una reacción a los malos gobiernos. Yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón ni a su doctrina. Los trajo, en su defensa, un pueblo a quien vos y los tuyos habían enterrado de un largo camino de miseria.

Nacieron de vos, por vos y para vos. Esa es la verdad. Porque yo no lo inventé a Perón, ni a Eva Perón. Los trajo esta lucha salvaje de gobernar creando, los trajo la ausencia total de leyes sociales que estuvieran en consonancia con la época. Los trajo tu tremendo desprecio por las clases pobres a las que masacraste, desde Santa Cruz hasta lo de Vasena, porque pedía un mínimo respeto a su dignidad de hombres y un salario que los permitiera salvar a los suyos del hambre. Sí, del hambre y de la terrible promiscuidad de sus viviendas en las que tenían que hacinar lo mismo sus ansias que su asco. No. Yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón. ¡Vos los creaste! Con tu intolerancia. Con tu crueldad. Con la misma crueldad aquella del candidato a presidente que mataba peones en su ingenio porque le pisaban un poco fuerte las piedritas del camino a la hora de la siesta.

Sí, yo sé que te fastidia que te lo recuerde. Es claro, pero vamos a terminarla de una vez. Porque yo no lo inventó a Perón ni a Eva Perón. Los trajo la injusticia que presidía el país. Porque a fuerza de hacer un estilo de tanto desmán, terminó por parecerte correcto lo más infame. Claro, a vos no te alcanzaba esa injusticia. Tendrías, como un señor que yo conocía y que iba todos los meses a cobrarlo, una puesto de ama de cría para cubrir sus gastos, que se lo pagaban oficialmente, y un sueldo para salir con el Klan. Yo me acuerdo del Klan. Y vos también. Aquella mafia siniestra que salía sólo para aterrorizar gente y mataba una vez a gomazos, otra vez a tiros y a veces con el camión para hacerlo más divertido. No, si la memoria fastidia. Pero yo no lo inventó a Perón ni a Eva Perón. Los trajo la estulticia que manejaba el país. Mirá, si vos hubieras estado en la Semana Trágica como yo y como tantos, en Cochabamba y Barcala, y hubieras visto morir primero a aquellos cinco, fuego a cientos y hubieras visto masacrar judíos por una «gloriosa» institución que nos llenó de vergüenza, no hubieras formado nunca más parte de ese partido que integrás por amor propio y quizá por ignorancia de tantos hechos delictuosos que son los que empezaron a preparar la llegada de Perón y Eva Perón. En un país milagroso de rico, arriba y abajo del suelo, la gente muerta de hambre. Los maestros sirviendo de burla en lugar de hacer llorar porque estaban sin cobrar un año entero. ¡No! ¡Y todo vendido! ¡Y todo entregado! Yo sé que te da rabia que te lo repitan tantas veces, pero es que entristece también pensar que no lo querés oír. El otro día, en un discurso oí que decías refiriéndote a un gobierno de 1918: «Ya por ese entonces los obreros gozaban…» ¿De qué gozaban? ¡Los gozaban!, que no es lo mismo. Y, sí, Mordisquito, ¡los gozaban!

La nuestra es una historia de civismo llena de desilusiones. Cualquiera fuese el color político que nos gobernó, siempre la vimos negra. Aspiramos a gozar y al final nos gozaron. ¡Todos! ¡Siempre! Una curiosa adoración, la que vos sentís por los pajarones, hizo que el país retrocediese cien años. Porque vos tenés la mística de los pajarones y practicás su culto como una religión. Cuanto más pajarón él, más torpe y más crédulo vos. Te gusta oír hablar a la gente que no le entendés nada, la que te habla claro te parece vulgar. Yo también entré como vos y, ¿por qué no confesarlo?, me sentía más conmovido frente a un pajarón que frente a un hombre de talento. El pajarón tiene presencia, tiene historia larga, la que casi siempre empieza con un tatarabuelo que era pirata. Yo también me sentía dominado por los pajarones cuando era chico. Ahora ¡No! Cuando era chico, sí. ¡Pero no ahora Mordisquito! Salvate de los pajarones. El fracaso —por no decir la infamia— de los pajarones fue lo que trajo como una defensa a Perón y Eva Perón. Pero no fui yo quien los inventó. A Perón lo trajo el fraude, la injusticia y el dolor de un pueblo que ahogaba de harina blanca y una vez tuvo que inventar un pan radical de harina negra para no morirse de hambre. Tampoco te lo acordabas. ¡Ay, Mordisquito, que desmemoriado te vuelve el amor propio!

Te dejo. Con tu conciencia. ¡Perón es tuyo! ¡Vos lo trajiste! ¡Y a Eva Perón también! Por tu inconducta. A mí lo único que me resta es agradecerte el bien enorme que sin querer le hiciste al país. Gracias te doy por él y por ella, por la Patria que los esperaba para iniciar su verdadera marcha hacia el porvenir que se merece. ¡A mi ya no me la podés contar, Mordisquito! Hasta otra vez, sí. Hasta otra vez.»

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