Por Grecia Roldán* (Desde Berlín. Especial para Mariano Moreno Noticias) Hacia el verano de 1978 se convocó a un concurso para la (re)construcción del puente “Lichtenstein”, situado en la capital alemana. Había sido destruido durante la segunda contienda bélica mundial. Su edificación comenzó en 1983 y culminó en 1987 con la creación de un contundente monumento que lleva, en grande, su nombre: Rosa Luxemburg. Allí se erige un monumento que señala el lugar desde donde fue arrojada, tras ser asesinada en 1919 por fuerzas paramilitares.
Sin lugar a duda, pocas son las mujeres trabajadoras en el mundo que logran generar eco en las narrativas oficiales de la historia occidental. Logrando resquebrar aquellos relatos que a menudo se presentan tan sólidos e inamovibles, como pedruscos. Personas con tránsitos breves pero que, sin embargo, enseñan tanto sobre mundos más habitables, amenos y amables.
Lo más inquietante de la visita al lugar es el interrogante que necesariamente surge: ¿Por qué un memorial sobre Rosa?
«Hacia el verano de 1978 se convocó a un concurso para la (re)construcción del puente “Lichtenstein”, situado en la capital alemana.»
Una interpelación demasiado evidente para algunas personas, quizá. No obstante, me interesa responderla. En un plano individual, que en los pasillos de las ciencias humanas se hable de contradicciones -así, en plural- puede leerse con algo de alivio, sobre todo si pensamos en las miserias que cada persona lleva consigo las perciba o no, las disimule o no y un largo etcétera de pares. Pero si pensamos en el otro polo de ese continuum podemos hallarnos en la coherencia. Palabra mayor, sobre todo si la asociamos a valores que nacen en y desde la bondad como la solidaridad, la justicia, la horizontalidad, la amistad y que en la práctica adquieren por lo general, formas únicas.
Las prácticas de los valores que tenía Rosa sin duda fueron únicas. Tan únicas que lograron comunicarse y desplazarse más allá de aquel duro contexto que transitó, esto es, la Primera Guerra Mundial. Y ese desplazamiento, trascendencia de sus prácticas al tiempo y espacio donde vivió, sólo fue posible gracias al tejido de vínculos afectivos fuertes que supo forjar aún en períodos sumamente difíciles para ella, como lo fue pasar gran parte de su vida tras las rejas. Tal vez eso explica, en parte, su afición por los pájaros. Atinadamente, simbolizan el movimiento de sus inquietas ideas en la calma y soledad de los calabozos del autoritarismo.
«Allí se erige un monumento que señala el lugar desde donde fue arrojada, tras ser asesinada en 1919 por fuerzas paramilitares.»
La otra arista interesante a destacar en Rosa, habla sobre las emociones con que vivió su vida. Fortaleció sin cesar emociones positivas en tierra arrasada de egoísmos, competencias y muerte. Evidenció que de ninguna manera la ciencia occidental puede ser separada del pensamiento racional, pero aún menos de las emociones. En sus emociones positivas anidaron los pilares con que delineó su vida, el tránsito por ella y la militancia por un mundo más equitativo.
A mi entender y siguiendo a la socióloga Arlie Hochschild y tal vez distorsionando un poco las intenciones de sus palabras, las emociones son eso que aúna todo: la intención, la idea, un pensamiento, la cooperación corporal. El abismo que se abre para algunos y algunas, entre el pensamiento, las emociones y la acción en las vidas cotidianas, simplemente en Rosa no existió. He aquí su belleza.
“¿Sabe usted?, a veces tengo la sensación de que no soy una persona, sino cualquier pájaro u otro animal que ha adquirido forma humana. Interiormente me siento en un trocito de jardín como éste, o en el campo, entre abejorros y hierba mucho más en mi ambiente que en un congreso del partido. A usted le puedo decir todo esto: No pensará así de entrada que se trata de traición al socialismo. No obstante todo, usted sabe que yo moriré no obstante en mi puesto: en una batalla callejera o en la cárcel. Pero mi yo más profundo pertenece más a mi carbonero que a mis camaradas”. (R.L.)
*Socióloga