Por Maximiliano Borches. Con el contundente respaldo del 62% de los votos -la adhesión más grande de la historia democrática argentina-, el líder popular Juan Domingo Perón obtenía su tercera presidencia el 23 de septiembre de 1973. La fórmula Perón-Perón, que sintetizó con su tercera esposa María Estela Martínez de Perón, fue la última esperanza para millones de argentinos tras casi dieciocho años de exilio forzoso, en los que se persiguió, encarceló y fusiló a miles de peronistas. El caos reinaba en la Argentina y en Sudamérica. Apenas dos años y medio después del histórico tercer triunfo de Perón, el espanto desplegó su sombra de muerte desde 1976 a 1983.
Una de las virtudes más destacadas de Juan Domingo Perón, es que representó en sí mismo una epopeya nacional, como no se conocía en este país desde los avances libertadores de San Martín y Belgrano –entre tantos otros-, y la última acción soberana de 1845 al mando de Juan Manuel de Rosas, cuando con patriotismo y coraje, enfrentó a la escuadra invasora anglo-francesa en aguas del Paraná.
También, esa virtud del General contenía una trampa. Fue tan potente su figura, la única capaz de sintetizar a todos los sectores del movimiento nacional justicialista, que una vez dado su paso a la inmortalidad, nadie hasta el presente estuvo a la altura histórica de su condición de conductor táctico y estratégico, del principal movimiento de masas que perdura a nivel mundial, surgido a mediados del pasado siglo XX.
Perón no quería ser presidente. Cuando finalmente le ganó la partida a la oligarquía y sus ortivas de turno, y tras dieciocho años de proscripción política regresó triunfante al país -como Odiseo retornó finalmente a Itaca tras más de 20 años de impedimentos-, el viejo General quería compartir sus últimos años de vida, aportando con su genio a la reconstrucción nacional. Sin embargo, el caos reinante, la dura interna que comenzaban a disputarse entre sectores del peronismo, el plan antidemocrático y de exterminio de referentes políticos, sociales y sindicales pergeñado en Washington contra los gobiernos populares de la región (cuyo primer capítulo en América del Sur lo vivirá a sangre y fuego Chile), junto a sectores marginales de ultraizquierda, que en su afán de soñar con un «mundo mejor» terminaron siendo funcionales, por sus acciones, a la derecha que decían combatir, impusieron que Perón se presentará por tercera vez, a sus más de ochenta años de vida, a la presidencia.
En ese contexto, es que el 23 de septiembre de 1973 triunfó rotundamente en las elecciones nacionales la fórmula Juan Domingo Perón-María Estela Martínez de Perón, con casi el 62% (unos 7.4 millones de votos). Aquella elección presidencial, pasó a la historia como la de mayor apoyo popular, en la tantas veces truncada historia democrática argentina. Perón había convocado a la unidad nacional y el pueblo le daba su respuesta en las urnas.
Dos días antes de su último triunfo electoral, Perón se dirigió al país por radio y televisión, diciendo: “Pensamos que es nuestro deber en el presente, reconstruir lo destruido y preparar un mejor futuro inmediato para que, en una nación realizada, cada argentino pueda intentar su propia realización”.
Diez meses después, el 1° de julio de 1974, el presidente Juan Domingo Perón dio su paso a la inmortalidad. Como en una narración homérica, la Argentina se convertía en Troya.