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La democracia colombiana dio otro paso al progresismo

Por Luis Fernando García Núñez (Desde Santander, Colombia, especial para Mariano Moreno Noticias) La democracia colombiana dio otro paso. Los sectores progresistas avanzaron y las consultas internas para escoger candidatos presidenciales fueron bien acogidas por los electores. No obstante, la nueva composición del Congreso apenas vislumbra una pequeña victoria de los sectores que buscan un cambio en la forma de hacer la política y transformar la rampante corrupción y el clientelismo, que ha convertido a Colombia en un Estado en permanente crisis. A pesar de todo: la compra de votos, los engaños, el desastre de la Registraduría, las denuncias de los votantes en el exterior, las mentiras y el abstencionismo, los colombianos cumplieron con ese deber y empezaron a cerrarle el paso a esas mafias enquistadas en el poder desde los aciagos días del Frente Nacional.

Los partidos tradicionales, el Conservador y el Liberal, siguen dominando la escena política, sobre todo en sectores rurales alejados y en pequeñas poblaciones donde tienen, en pleno siglo XXI, un alto poder los caciques electorales que se aprovechan de la ignorancia para impresionar al elector, porque el demonio son los perversos comunistas o los castrochavistas y los ateos. Otra serie de movimientos, brotados de los partidos tradicionales, han construido, con engaños, otra “forma” de hacer la política, que no es sino la misma con otro nombre. Cambio Radical, el Partido de la U, el Nuevo Liberalismo y algunos partidos cristianos con hipócritas pastores que, gracias a los diezmos viven en suntuosas mansiones en Miami, subyugan al elector en nombre de Dios.

Estos movimientos, que llevan poco tiempo en la contienda electoral resumen, por sí mismos, sin averiguaciones difíciles, lo más corrupto del horizonte político de Colombia. Algunos de sus dirigentes están presos, pero sus esposas, o sus hijos, o sus amantes, o sus sobrinos los reemplazan en las aspiraciones políticas y, desde la cárcel, controlan el proceso electoral y a su clientela política.

Así, no era difícil encontrar quien ofreciera dinero por el voto, ni quien lo vendiera, con tal de suplir las urgencias en medio de la pobreza que se vive. Muchos empleados públicos, y también de grandes empresas, fueron conminados a votar por los candidatos que sugerían jefes y empresarios. Ni los testimonios, ni las acusaciones, arredran a estas mafias para hacer lo que hacen, incluso frente a las autoridades de la Registraduría o la Policía. Todo ha sido planeado para que esta vergüenza siga presente en los procesos electivos, y esto hace pensar que es mucho el dinero –¿de dónde saldrá?– que se mueve en las campañas. Así funciona la democracia más antigua de Latinoamérica.

El papel de los medios de comunicación es otra vergüenza. ¡De las inmensas vergüenzas nacionales! Infortunadamente los propietarios de los canales de televisión y radio, y los periódicos, pertenecen a grandes empresas y a poderosos grupos económicos que le han quitado prestigio al que fuera uno de los periodismos más atrayentes e influyentes del continente. Atrayente, incluso, por el manejo brillante del idioma. Grandes escritores y analistas, personas informadas y destacadas, cultos y decentes, forjaron una prensa que, aunque poco libre, tenía respeto y consideración por los ciudadanos. Así no se estuviera de acuerdo, se podían oír con respeto.

Este periodismo ha sido sustituido por la chabacanería y la farándula. Comunicadores sin cultura y sin ética, y postrados subalternos de empresarios poderosos, están ahí, todos los días, opinando y sirviendo a las causas de empresas y familias que les pagan bien con tal de que sus influencias y sus comentarios calen en los usuarios. Y, sin duda, influyen y calan según convenga a sus jefes. Una prensa libre e imparcial no es posible, y esa es la razón por la cual la mayoría no acude a los medios tradicionales y se informa por las redes y, ahora, participa de experimentos alternativos que han desplazado a los grandes medios. Los jóvenes, por ejemplo, no ven telediarios ni oyen noticias en la radio. Y menos, mucho menos, leen la prensa escrita.

Este, podríamos decir, es el paisaje que ha quedado luego de las elecciones del 13 de marzo. Pero era previsible. Es un apresurado análisis cuando todavía no se conocen los datos definitivos de la conformación del Congreso y cuando se sabe que algunos de los candidatos elegidos de las tan combatidas curules de la paz son, precisamente, victimarios y amigos de la violencia. El escándalo lleva unos días sin que los medios de comunicación le hagan suficiente seguimiento y, más bien, el silencio ha rodeado el desacierto y la negligencia de las autoridades electorales.

La historia final está por contarse. Vienen unas elecciones presidenciales en las que se ponen en juego no los privilegios de los ciudadanos, sino poderosos intereses particulares. Aunque los prestigios estén por el suelo, el dinero y los favores servirán para tapar y acallar la verdad.

Ver:

Colombia: un día antes

 

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