Por Maximiliano Borches. A menos de 50 días de gobernar la compleja sociedad argentina, el presidente Javier Milei de a poco se va dando cuenta de que la distancia entre la teoría y la praxis equivale al tamaño de un océano. El masivo y contundente paro nacional convocado el 24 de enero pasado por la Confederación General del Trabajo de la República Argentina (CGT) y acompañado por las dos CTA, movimientos sociales, algunos partidos políticos y mucha gente suelta, que movilizó a más de 1.5 millones de argentinos en todo el país, (de los cuales unos 600 mil lo hicieron en todo el AMBA, incluida la Plaza de los dos Congresos), puso fin al infantilismo mileista de pensar que se puede llevar por delante al pueblo argentino y a sus instituciones, con la sola formulación de un giro irónico en su discurso, una mirada de estilo psicopático, o un tono de voz que asusta a niños.
La contundencia del masivo paro y movilización nacional del pasado 24 de enero abrió una nueva etapa política. Ya no queda más espacio para el proyecto libertario (¿o libertino?) “refundacional” de la Argentina –al estilo Bartolomé Mitre y/o la Junta Militar de Videla-Massera-Agosti-, que a sangre y fuego inauguraron nuevos paradigmas económicos, productivos y sociales en la Argentina. Por ese motivo, Milei, se vio en la necesidad de reformular su gobierno a menos de dos meses de gestión, echar a un ministro (Guillermo Ferraro), reconvertir el poderoso Ministerio de Infraestructura en secretaria que dependerá de la cartera de Economía (no, quizá, para darle más poder al macrista Luis Caputo, sino para reforzar el posible desembarco en ese Ministerio del ultramacrista Federico Sturzenegger) y consumarse de esta manera el primer paso de baile de la entente Macri-Villarruel, camino a ejecutar un golpe palaciego contra un cada vez más desdibujado Javier Milei, al que ya no le cabe ni siquiera una máscara de leoncito. Para ser guapo hay que tener espaladas, y en esto Milei se diferencia absolutamente de uno de sus máximos referentes: Carlos Menem.
El argentino, no es un pueblo dócil que se asusta con dos gritos. Su experiencia histórica lo demuestra.
Como así también, se vio en la necesidad de retroceder en el capítulo fiscal del mamarracho político e institucional que es la “ley ómnibus”, acechando con una gran y peligrosa trampa: el mantenimiento (hasta que se apruebe, o no, en el Congreso) de la delegación de facultades extraordinarias para el Presidente, la posibilidad de que pueda tomar deuda externa sin pasar por el Congreso de la Nación, la privatización del Fondo de Garantía de Sustentabilidad (FGS), la caducidad de la ley de tierras (que acelera la extranjerización del suelo nacional y la pérdida acelerada de estratégicos recursos naturales), las privatizaciones, la regulación de la pesca, la apertura indiscriminada de las importaciones, la regresiva ley de alquileres –que afecta a millones de argentinos-, entre tantos otros puntos que aquellos diputados y diputadas que se dicen defensores de los derechos del pueblo, deberán rechazar con todas sus fuerzas en la Casa de las Leyes del pueblo argentino.
La complejidad de la sociedad argentina, como sus contradicciones, son enormes. El argentino, no es un pueblo dócil que se asusta con dos gritos. Su experiencia histórica lo demuestra. La irrupción de la revolución justicialista (de la que este año se cumplen 81 años) marcó a fondo a nuestra sociedad en la conciencia plena de sus derechos y conquistas sociales, culturales, educativas, económicas y políticas, manifestándose como única experiencia regional de este estilo, que se mantiene sin interrupciones desde hace ocho décadas.
Esta experiencia, enmarcada en la rebeldía que caracterizó a San Martin, Belgrano, Monteagudo, Castelli, Paso, entre tantos otros, junto a los gauchos federales del siglo XIX, se resignificó con la llegada de Juan Domingo Perón, primero a la Secretaria de Trabajo y Previsión, en 1943, y luego a la presidencia a partir de 1946, tras la primera revolución política, social y económica de características pacíficas de la historia de la humanidad, que fue el 17 de octubre de 1945.
Al igual que hoy, aquel 17 de octubre de 1945, se gestó de abajo para arriba (como se gestan todas las revoluciones) Hoy, quien se puso a la cabeza de un proceso de defensa de los derechos conquistas del pueblo, es el movimiento obrero organizado y representado mayoritariamente en la CGT. Ahora, es momento de que la política se ordene para acompañar este naciente proceso de defensa de lo nacional, articulando con todos los sectores de la sociedad que así lo sientan, y particularmente reordenando la columna vertebral de este proceso, que es el Partido Justicialista, en cuyo orden nacional se encuentra “liderado” por un menso que se encuentra en España, y en el orden bonaerense se replica por otro incompetente, que hasta ahora solo supo hacer alusión a su apellido. Ambos deben renunciar ya, llamar a elecciones internas y sintetizar esta nueva etapa con mayor presencia de gobernadores, intendentes, referentes sociales, culturales, femeninos, juveniles y cuadros técnicos.