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Militante por los DDHH y poeta que rescató a Jacobo Fijman: falleció Vicente Zito Lema

A los 83 falleció el poeta, abogado, exrector de la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo y militantes por los derechos Humanos, Vicente Zito Lema, uno de los principales escritores que recuperaron la voz del poeta Jacobo Fijman. Si bien su deceso se produjo en la noche del 4 de diciembre, al cierre de esta nota no hay precisiones sobre las causas de su muerte. Escuchá al final de la nota, su análisis sobre el intento de magnicidio contra Cristina Fernández de Kirchner.

Nacido en Buenos Aires el 14 de noviembre de 1939, Vicente Zito Lema transitó las redacciones de distintos periódicos como Clarín El Cronista Comercial y La opinión. Fue director y fundador de la revista Cero de 1964 a 1967, colaborando con poetas del grupo «Barrilete», entre quienes se encontraban poetas como Miguel Ángel Bustos y Roberto Santoro. En la revista se llegó a publicar poemas de Ho Chi Min por primera vez en castellano, traducidos por Juan L. Ortiz. En 1969, funda y dirige la revista literaria Talismán, en la cual reivindica la figura intelectual de Jacobo Fijman y se ganó la censura por un dossier dedicado a la familia, cuya portada presentaba la fotografía de Zito Lema, su compañera y sus dos hijas, desnudas. La fotografía habría de ser ganadora de un certamen internacional. Talismán está considerada una de las más importantes revistas del surrealismo en la Argentina, donde participaron entre otros Enrique Molina y Aldo Pellegrini.

En la década del ’70 se vincularía con distintas revistas como Liberación colaborando con Julio Cortázar y Rodolfo Walsh, Nuevo Hombre, y Crisis junto con Haroldo Conti, entre otros.

Tras el golpe cívico-militar del 24 de marzo de 1976, en Argentina, perseguido por la dictadura militar debe dejar el país en 1977 marchando a Europa. Tras haber estado en varios países decide finalmente radicarse en Holanda. Entre sus actividades en el exilio se destaca el haber conformado la Comisión Argentina por los Derechos Humanos (CADHU) junto con otros intelectuales como Julio Cortázar, David Viñas, Eduardo Luis Duhalde, entre otros. Estando exiliado escribe Mater, una de las primeras obras de teatro sobre los desaparecidos y la lucha de las Madres de Plaza de Mayo. Regresa a la Argentina en 1983.

Fue discípulo del creador de la escuela de psicología social, Enrique Pichón Riviere, y del poeta Jacobo Fijman. Junto con las Madres de Plaza de Mayo funda en 2000 la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo, de la cual fue rector hasta 2003. Dirigió la revista Cultura y Utopía, de la Universidad Popular Madres Plaza de Mayo.

“En la poesía y en la locura hay un mismo soplo”

–Hay en su obra, especialmente en sus primeros poemas publicados, una constante referencia a la locura. Incluso la invoca como si fuera el camino para cumplir su destino, “el camino más alto y más desierto”. ¿Por qué esa invocación? ¿De qué demencia se trata? ¿Es una invocación filosófica, en el sentido de Platón, o usted habla concretamente de la enfermedad mental, del sufrimiento y de la internación que usted padece?

–Me refiero a la demencia en el sentido más total, absoluto. Hay formas de la demencia que obedecen a los nervios centrales y otras a los nervios periféricos. Pero también puede ser un castigo. El que va a nacer elige ser bueno o malo. Eso se da hasta con las vacas. También es cierto que la mayoría de los demonios tienen la médula desviada. Cualquier enfermedad, aun el cáncer, es estado de locura. Los médicos tendrían que seguir a fondo las enseñanzas de Hipócrates, que curaba hasta con fuego. ¡Y pensar que incluso hay gente que se alegra de estar loca! La demencia debe ser vista desde un punto de referencia moral. A esa pobre gente que está en el hospicio habiendo pasado por lo más horrible habría que darle buena comida (aquí la comida es pésima), y enseñarles a sentarse a la mesa, a no robar, a no blasfemar… Hay que cambiar, fundamentalmente, la higiene. Es que el hambre, el abandono, la suciedad, las humillaciones, la crueldad de la pobreza contribuyen al deterioro sin tregua de la criatura humana, de su cuerpo y de su alma. Es cierto, en mi poesía invocaba la locura. Aquí se conoce la locura.

–La relación entre el arte, las crisis espirituales más profundas, esos estados que suelen calificarse de locura o demencia, continúa siendo un misterio de difícil revelación. En su criterio, ¿en qué medida la enfermedad mental puede influir en una obra artística? Y de darse: ¿cómo se percibe esa influencia? ¿Con qué palabra se describe? ¿Quién puede rendir cuentas de la normalidad de un abismo por fuera del abismo?

–Diría que es un misterio de esencialidad poética, que se arrima a lo divino, y que no puede ser debidamente abarcado por quien no se haya purificado en el fuego de la poesía, primero su lengua y su razón, y después su alma. Corelli escribió su sonata “La locura” después de estudiar durante años esas enfermedades. Y cuando terminaba de tocar la sonata en su casa salía a la calle a conocer a la gente, viendo con tristeza que la mayoría estaban locos. Yo he investigado el alma, también la psiquiatría, en tanto se ocupa del alma, sin decirlo y sin saberlo, lo que aún es más trágico. Y sé que los ciegos y sordomudos son dementes. Que los muy ricos y los que llevan uniformes son dementes y peligrosos. Y que los que visten sotanas y se llaman hijos de Cristo son los más dementes, hipócritas y demoníacos de todos. En cuanto a mi obra, los médicos dicen que no hay en ella signos de enfermedad. Y aunque no es gente de gran entendimiento, en esto no se equivocan, ya que no hay en mi poesía nada en contra de la gramática, y menos todavía en contra de los grandes estupores que nos presenta la vida. Pero a la vez presiento que en la poesía y en la locura hay un mismo soplo.

–¿El soplo de la inocencia?

–¡Y del espanto!

–En el nombre de la “razón”, la sociedad prohíbe el delirio, las leyes y la psiquiatría lo castigan. ¿Pero qué es el delirio? ¿La secreta necesidad poética de la especie humana? ¿La creación de un hombre superado por su conciencia y su dolor para no estrellar su cabeza contra un muro?

–Hay un delirio poético, del que padecen los poetas, los artistas, y que no siempre es doloroso aunque provoque angustia. Pero el delirio que yo conozco en la profunda intimidad de mi ser es el del hombre que busca todos los caminos en una gran oscuridad para encontrarse con Dios. Acá, en el hospicio, hay otros delirios, pero se apagan lentamente… Siempre el delirio es como salirse de un surco, un arado que escapa del surco.

Los tribunales clasifican a los enfermos en tres categorías. Primer grupo: el de la fatuidad (imbéciles, idiotas). Segundo grupo: los frenéticos.

Tercer grupo: el de la insania. A mí me incluyen en el tercer grupo… ¿Podrán saber que hablo con Dios, que me besan los ángeles? ¿O burdamente piensan que deliro cuando me niego a repetir que dos más dos son cuatro? Me pregunto, usted ama la poesía, pero vive fuera del hospicio, ¿eso lo salva del delirio?

–Yo me pregunto si quiero ser salvado… Para mí el delirio son instantes. Instantes que duran toda una vida. Y es un derecho profundo, personalísimo. Lo veo como una demostración de que el alma existe.

También siento el delirio como una virtud humana, que trae la gloria, y nos sostiene ante la mirada de la muerte; entonces intuyo que el precio de su existencia es el infinito espanto de estar abandonados y solos en el momento de la verdad…

–A mí me espanta su tristeza; tendría que volver a Dios. Porque su tristeza puede convertirse en una ofensa para el infinito amor de Dios. Yo puedo pedirle a Dios que en el momento de su muerte lo reciba. Pero tendrá que esperar, el río de su viaje es caudaloso. Además aquí en el hospicio, siento por momentos que ya no soy yo. Todo languidece, se opaca… Es tan difícil vivir aquí sin que el alma se convierta en una piedra… ¿Será por eso que los médicos todavía persiguen la piedra de la locura? Hay noches en que miro la noche y me río. Horas y horas me río, pero en silencio, que nadie me escuche…

–A través de la experiencia de su larga reclusión, ¿piensa que hubo alguna evolución en las técnicas psiquiátricas, en la comprensión del mundo diferente del internado, en la situación de vida en el hospicio? ¿Es una desmesura imaginar en este lugar a un psiquiatra que ve en los ojos de su paciente la luz sin mácula y a la par desgarrada de la poesía?

–¿Ver la luz celeste de la poesía en la oscuridad perversa de un infierno…? Sólo Dios, o los ángeles podrían hacerlo. Me cuesta hablar de la realidad del hospital en forma tan directa, particular. No se olvide de que para la sociedad sigo siendo un loco, un incapaz de buenos juicios. Que debo, al menos en lo formal, aceptar el orden que se me impone, por injusto que sea. Es que no tengo defensas. Ya no existo para el mundo exterior; soy –aunque yo sé bien lo que en realidad soy– un poquito más de esa basura que se aparta para que no hiera con su hedor. Eso sí, por lo que yo puedo testimoniar en carne viva, diría que la psiquiatría vigente no merece ser tratada ni analizada como ciencia. No han ido más allá del castigo indiscriminado, del electroshock o la receta de pastillas. En cuanto a saber del espíritu, nada, nada. ¿Pero acaso podríamos pedirle a la psiquiatría de hoy que entienda lo que es un poseso en la filosofía de Platón? Aun así debemos tener compasión por las ciegas criaturas que nos dañan. Y paciencia: paciencia del amor y del llanto…

–¿Tendrán idea los que dirigen estos hospicios del daño que causan? ¿Sabrán de la falsedad esencial del sistema de representaciones que encarnan? ¿Estarán en conciencia de esa herida que agravan en el espíritu del internado hasta volverla crónica, mortal…?

–Si tienen idea, la callan. Si tienen conciencia, la reprimen. Se escuchan orgullosos a sí mismos en ese páramo silencioso que llaman ciencia, y no contemplan en su espejo vacío nada de nada. Para ellos el bien es salud, y la salud silencio y obediencia, aceptar el infierno y dar las gracias. Están por la experiencia, prefieren defender la razón. ¡Todo es una gran tragedia!

–He visto que en el hospital, bajo la lógica manicomial, y amparados en el poder, los dueños del saber confunden la experiencia con la rutina y el acostumbramiento, y la razón, la diosa Razón, la reducen a imponer la obediencia, mientras la verdadera razón huye despavorida… En estas circunstancias pregunto: ¿Qué hace aquí? ¿Por qué sigue aquí? ¿Han leído los médicos su poesía? ¿Hay algo más certero que la poesía para conocer la verdad profunda de un hombre?

–Usted cree demasiado en la poesía, le espera una vida difícil. Yo también creo, pero desde la resignación. El misterio de la poesía nos saca de la influencia de la carne y nos permite esperar la noche divina. Soy un poeta que ya no busca las palabras, sino el verbo; pero para los médicos y los jueces, para su cruel simpleza, sigo siendo un enfermo mental. Sin embargo, para mí, la sociedad en su conjunto está trastornada. Gran parte de la gente padece de problemas mentales, en especial los psiquiatras, los gobernantes, los hombres del poder. ¿Es que alguien sabe lo que es el alma, lo que es el intelecto? ¿Es que alguien ama a su prójimo como a sí mismo? Los que ven a un preso, ¿miran al preso? Los que vienen al hospicio, ¿miran al loco?

* Fragmento de un diálogo que tuvo lugar en 1968, en el Hospital Borda, donde Jacobo Fijman se hallaba internado desde la década de 1940; publicado en la revista Crisis, Nº 11, marzo de 1974, e incluido en el libro de Vicente Zito Lema Diálogos. Encuentros con Jacobo Fijman, Enrique Pichon-Rivière, Fernando Ulloa y León Rozitchner, de reciente aparición (Ed. Topía).

En el año 2013 es declarado «Doctor Honoris Causa» por la Universidad Nacional de Río Cuarto, en la provincia de Córdoba. En su emotiva disertación recuerda su relación con el escritor Haroldo Conti. En el año 2013, fue nombrado «Doctor Honoris Causa» por la Universidad Nacional de la Patagonia. En el año 2014 le otorgó el premio Rosa de Cobre la Biblioteca Nacional. Actualmente trabaja como profesor de arte terapia y escritura en el centro cultural La Puerta y en el centro cultural Barbecho. Continúa su trabajo de escritor y poeta. Tiene a su cargo una cátedra de arte en el departamento de Historia de la Universidad Nacional de Avellaneda. Así como se encuentra desarrollando su Teoría de antropología teatral poética, que se extiende a la dirección, la actuación y la dramaturgia. Ha sido declarado Personalidad destacada de la cultura y los derechos humanos, por ley de la legislatura de la ciudad de Buenos Aires, en el año 2014. Falleció el 4 de diciembre de 2022.

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