Por Maximiliano Borches. Si algo caracteriza a la política nacional, es la vertiginosa capacidad de cambiar de escenarios. La Argentina está lejos de resolver la contradicción entre dos modelos antípodas de Nación, surgido con el nacimiento mismo de la patria (eso que llaman “grieta”). La reeditada “Unión Democrática” compuesta por radicales, socialistas santafecinos, macristas, medios hegemónicos de comunicación y grandes sectores del poder judicial, demostraron al presidente Alberto Fernández que debe salir de la espera y la duda política, y avanzar con tres proyectos hasta ahora declamados, que curiosamente siguen cajoneados: Impuesto a la Riqueza, Reforma Judicial y Expropiación de Vicentín. No es buena señal, que a las famélicas pero impactantes mediáticamente, marchas a favor de “Vicentín”, el Presidente responda inspirándose en un rotundo fracaso de la política reciente nacional.
En 1980, Charly García escribió “Canción de Alicia en el país”, una de las mejores letras del rock nacional, que como pocas, sintetizó como se desarrolla la realidad en la Argentina. En una de sus estrofas dice: “Y es que aquí, sabes / el trabalenguas trabalenguas / el asesino te asesina / y es mucho para ti. / Se acabó ese juego que te hacía feliz”. La política nacional es áspera y por momentos tan pragmática que parece quitar el aire. No hay lugar para ensoñaciones de tipo socialdemócrata.
Alberto demostró y demuestra, su enorme talento político al momento de evaluar fuerzas políticas propias y ajenas. Aquella síntesis expresada, previo a la conformación del Frente de Todos, cuando el peronismo se debatía de cara al futuro: “Con Cristina no alcanza y sin ella no se puede”, es una gran muestra de su enorme capacidad de síntesis. Sin embargo, en este momento, quizá, debería evaluar menos y arriesgar más, ya que en eso consiste la iniciativa política: fundamental en el difícil arte de la política
Quienes incurrieron en ese camino, finalizaron en rotundos fracasos políticos adelantando la entrega de mandatos, como le pasó a Raúl Alfonsín, quien no solo tuvo que dejar el gobierno seis meses antes. Tuvo que abrazarlo a Carlos Menen (“Pacto de Olivos”) para que la historia no lo destrozara. Sin embargo contó con una ventaja, a vistas del hipócrita ojo centralista porteño que sigue mirando el país desde la batalla de Caseros a nuestros días: era radical. Si hubiera sido peronista, no solo no hubiese sido llamado “padre de la democracia”, también cargaría todos los males. Hoy día, ni los radicales lo reivindican a Alfonsín, solo aquella minúscula expresión que se abrazó a Cristina Fernández de Kirchner. Pero este es otro tema.
Las famélicas concentraciones unitarias a favor de la corrupta y evasora empresa Vicentín, que estando quebrada recibió un espurio crédito de casi 19 mil millones de pesos, de manos del gobierno macrista/radical de Cambiemos, puso punto final al sueño de una “Argentina Unida”, slogan que marcó la campaña del Frente de Todos.
La ventaja con la que cuenta Alberto Fernández, es el amplio apoyo popular que lo respalda. Pocas veces visto desde la recuperación para siempre de la democracia. Su punto débil: la falta de iniciativa política.
Alberto demostró y demuestra, su enorme talento político al momento de evaluar fuerzas políticas propias y ajenas. Aquella síntesis expresada, previo a la conformación del Frente de Todos, cuando el peronismo se debatía de cara al futuro: “Con Cristina no alcanza y sin ella no se puede”, es una gran muestra de su enorme capacidad de síntesis. Sin embargo, en este momento, quizá, debería evaluar menos y arriesgar más, ya que en eso consiste la iniciativa política: fundamental en el difícil arte de la política.