Por Maximiliano Borches. Argentina debería ser sinónimo de dos palabras antónimas: resiliencia y autodestrucción. En apenas 4 años, el gobierno aliancista de macristas, radicales y lilitos, casi destruyó el entramado productivo nacional y borró ministerios clave para los derechos adquiridos y la defensa de la población. A ese infame legado, se sumó la pandemia global de Covid-19. En este contexto, el actual gobierno de TODOS, volvió a priorizar el interés popular y no solo recuperó el Ministerio de Salud. Comenzó en el país la producción de una vacuna contra el coronavirus, que será envasada en México y distribuida en toda Latinoamérica.
Si bien no es motivo de análisis de este artículo, en cierto punto esta cierta “bipolaridad” que transita la historia argentina, quizá deba su origen a esa no definición entre dos concepciones que se enfrentan desde el siglo XIX: liberación o dependencia. Es decir, la confrontación entre dos modelos de países: uno auspiciado por la oligarquía agropecuaria que triunfó en la batalla de Caseros, y que posteriormente en el siglo XX derivó en una casta social, política y militar fuertemente colonizada, que no guardó ni guarda ningún reparo en entregar los intereses nacionales, con la única finalidad de proteger sus privilegios. Y solo define al país, como gran productor de alimentos.
A esta visión de un sector de la Argentina -nada menos el que ostenta el poder real en términos económicos, simbólicos, y muchas veces político-, se le antepone otro sector del país, aquel que en el siglo XIX se denominó “Federal”, y que en el siglo XX (hasta nuestros días) logró su síntesis en el Justicialismo, movimiento de masas creado por Juan Domingo Perón.
Desde entonces, como los colosos que luchaban para crear el mundo según la tradición religiosa de los antiguos griegos, pelean por darle un rumbo estratégico a este país. Desde 1945 a veces ganan unos, a veces ganan otros. Pero en definitiva, no se logra lo importante: proyección estratégica de un país a través de políticas de Estado sustentables.
Las distintas capacidades con las que cuenta este país, lo han colocado entre los primeros en el mundo –durante los dos primeros gobiernos peronistas- en poseer tecnología de punta propia: nuclear, aeronáutica, naval, ferroviaria, comunicacional. También, otros gobiernos se han encargado de destruir estos avances, irónicamente bajo el nombre de la “libertad” y la “república”, y han logrado que la Argentina se transforme en un país dependiente y atrasado.
Por estos días, el mundo transita una inusitada crisis biológica que impacta de lleno en el desarrollo socio/económico global: la pandemia del coronavirus, que ha producido más de 21 millones de infectados y 800 mil fallecidos en el mundo.
Argentina, en particular, enfrenta dos crisis: el legado arrasador del que bien se podría denominar “Tercer Gobierno Radical” desde recuperada para siempre la democracia en 1983, o la alianza entre macristas, radicales y lilitos, que se metamorfosearon en aquellas langostas bíblicas, dejando tierra arrasada.
Gracias a una correcta lectura del pasado-reciente, y con la estrategia puesta en la unidad para recuperar y ampliar derechos, el peronismo supo articular el Frente de Todos. Un gobierno de unidad, que con el paso del tiempo se sabrá si solo sirvió como frente electoral, o realmente imprimió una nueva manera de ejercer la política, priorizando intereses colectivos antes que sectoriales.
El caso, es que por estas horas donde la “nueva normalidad” trastoca a las normalidades transitadas hasta ahora, el presidente Alberto Fernández; atacado por los sectores más virulentos de la derecha criolla, y denostado en voz baja y media baja por los sectores más hormonales del peronismo y otros, anunció que nuestro país producirá en los laboratorios biotecnológicos argentinos de mAbxience, perteneciente al Grupo INSUD, la vacuna contra el coronavirus creada por la prestigiosa Universidad de Oxford y la empresa farmacéutica AstraZeneca, en un acuerdo para que sea envasada en México, y se distribuya en toda América Latina.
Toda una oportunidad, para que desde la dirigencia política se empiece a pensar seriamente, y en el marco de la unidad que brinda la diversidad, el desarrollo del país. También, es una oportunidad para que nuestro pueblo acompañe, exija a esos mismos dirigentes y se autoexija, un camino pleno de crecimiento, que nos reinserte en el sendero truncado de la independencia económica, la soberanía política y la justicia social.
Depende de todos y cada uno de nosotros. Ojalá sea el momento y no se pierda otra oportunidad.